Seguir luchando con rabia contenida

Mertxe Vega

Las bombas asomaron con espantosas explosiones. Los silbidos de las balas asesinas susurraban nuestro posible desenlace. Entre sollozos, subimos las montañas con lo puesto, escondidos tras los frondosos robles. Los días siguieron a las noches. Nuestro único sustento consistía en las bayas que descubrimos gracias a la sabiduría de Asun. Tras tres días, un angustioso silencio se presentó deslizándose sobre nuestras cabezas.

Acongojados y al abrigo de la madrugada, bajamos con un desgarrador ahogo en la garganta, aguantando las ganas de gritar. Vagamos por inseguros lugares hasta llegar agotados a nuestro apaciguado hogar.

Las chispas acechaban en los techos achicharrando nuestra despechada dicha. El hedor a chamuscado nos producía rechazo. Desechando nuestros achaques y desdichas caminamos por las estrechas calles hasta el anochecer.

Murmurando entre rondas abarrotadas de muerte, rodeados de la aberración de perversos criminales, el horror penetró en nuestras entrañas. Repletos de rabia contra un cruel rival y creyendo encontrar derruido nuestro caserío, recorrimos la larga estrada. Lo descubrimos rodeado de ruinas. Al entrar, el ruido del reloj resonó en el malogrado recinto.

En aquella querida casa, que había dado cobijo a cada componente de nuestro clan, el alocado cuco dio las cinco. Su canto aplacó la quietud que colmaba aquel cuarto, como queriendo que nos quedáramos y continuáramos con nuestras cotidianas costumbres. Cosa que ya nunca ocurriría.

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