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CALLA, CALLA

(por J. Paulorena)

Hablando de los niños robados…

El pasado jueves 15 de septiembre se presentó en la Galería de Arte La Taller la obra de Cristina Gutiérrez Meurs: «Calla, calla/Ixo».

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La autora de «Lo que no me quisiste contar» es una artista polifacética y este libro ha sido su primera novela, aunque me consta que no será la última pues tiene otro libro pendiente de publicar y de temática muy diferente. Pero eso es otra historia.

También me dijo que la habían entrevistado en una radio de aquí de Vizcaya, y que tuvo que condensar en cuatro minutos el silencio que hay sobre los niños robados desde el franquismo hasta nuestros días. Porque aún hoy, que no se nos olvide, siguen ocurriendo estas cosas. Hoy se siguen robando hijos recién nacidos a sus madres. Y esto es literal.

¿Qué ha pasado con la entrevista? Que el tiempo de emisión se ha reducido a dos minutos y que toda la información relevante y crítica ha sido censurada.

No se quiere hablar de los niños robados, de la mafia política y religiosa que está detrás. No hay cojones para ello. Y si alguien comete la imprudencia de mencionar el tema, se le anula. Un ejemplo es lo que le ocurrió a cierto juez, pero otro ejemplo más patético es que la única persona que ha sido acusada en relación a este tema es precisamente una mujer que, al conseguir las pruebas suficientes para demostrar su origen de niña robada, denunció a la clínica y a la monja que la regentaba. Y la monja, ya una anciana casi centenaria, a su vez la ha denunciado por calumnias. Conclusión: la mujer que ha podido demostrar ser niña robada debe pagar una indemnización millonaria o ir a la cárcel. Y esto también es verídico.

Si todavía no habéis tenido ocasión de acercaros a La Taller, desde EC.O os invitamos a hacerlo. El rincón de los cojines con los nombres de las madres y las fundas de almohada grabadas con la imagen de los bebés ponen los pelos de punta. Y tampoco se queda atrás el video, mudo, blanco, impoluto. Nada mejor para encubrir una mentira.

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Además, Cristina ha expuesto la colección de litografías que acompañan esta historia y que han sido incluidas en su novela «Lo que no me quisiste contar», como una sucesión de imágenes oníricas que permanecen grabadas a fuego en nuestra memoria.

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Y para terminar quiero compartir un texto muy interesante escrito por la autora:

Busco a mis niños. A todos. Me los arrebataron durante la dictadura y sobre todo durante estos años de democracia. Hasta ayer mismo, a lo largo de más de seis décadas. No llevo la cuenta, pero es muy probable que mi primer hijo naciese en una cárcel franquista porque yo era republicana y me encerraron por serlo. En aquella época, nací pobre o puta o no rezaba como dios manda o no comulgaba con las ideas del régimen o era gitana o sencillamente no gustaba. Me enjaularon porque pintaba imperfecta. Posee un gen rojo que ha de ser extirpado, concluía el estudio. Lo hicieron. Lo intentaron. Erradicado. Y perdí mi nombre. Pasé a ser paja y me arrancaron de cuajo todas las semillas que había ido plantando. Una a una, a conciencia, sin piedad. Por ley. Fueron a parar a otras tierras templadas por idéntico astro. Se regaron con escogidas aguas, aguas que seguían la corriente. Turbias. Cabecearon en casas cuna, en hogares, guarderías y jardines maternales. Auxilio social, la beneficencia de entonces. La tapa. Y desde allí mis niños viajaron, lejos o cerca, sin yo quererlo ni permitirlo. Sin saberlo. Nos descosieron. Dadnos las gracias, exigían. Vuestras raíces están podridas. Mujeres para dios, para la patria y para el hogar, a esas queremos. A mí no, a ellas tampoco. Desviadas de la sección femenina. Desoídas. Me estáis robando a nuestros hijos, gritamos. Pero el bullicio de la calle engulló el ruido. Se encendieron algunas luces. Siluetas sin bocas, ni ojos, ni orejas dando vueltas alrededor de la plaza bajo un sol de justicia. O quizás solo calladas. Un dibujo borrado y el papel del revés. Níveo, sin restos. En el horizonte la obra. La misma de ahora. ¿Y entonces? Entonces y en algún momento imaginado entró en juego una carta que cortó la baraja. Entre depuración de la raza y moral de los tiempos germinó don dinero. Un naipe sobado por manos orondas, pacidas por los besos, enredadas en rosarios. Quise rezar. Rogué que virasen los vientos. Desfilaban marionetas. Murió el dictador y no se cortaron los hilos. Cuando barnizaron las sillas solo pedí este deseo: No pierdas la esperanza, un hijo es para siempre. Cuando recién parida de nuevo besé una mejilla congelada, diminuta y extraña, lo supe pero no comprendí. Imposible entre caricias de monja y sentencias de médico. Lo siento, no hemos podido hacer nada. Experimenté de nuevo el vacío. El eco de un llanto lejano. Cuando evoqué mi celda de antaño y recordé el lecho de aquel primer parto me juzgué vieja, cansada, prácticamente agotada. Anestesiada. Lo percibía todo borroso, puertas cerradas, pomos congelados, muros disfrazados de adulteradas promesas. El mismo paisaje invisible en los libros de historia. En un duermevela sentí el peso de la pisada del tiempo, de vuestras ausencias, del duelo silenciado. Y al despertar me encontré en el momento presente, aquí y justo ahora.