40. La muerte aguarda.

J. Paulorena

Lisbeth huyó por las calles de Boston recordando el sacrificio de su padre. Ahora ella seguía sus pasos; corría hacia sus enemigos, a una muerte cierta, para alejarlos de su familia.

Apretó el Necronomicón contra sí al escuchar tañidos de campanas rotas, voces malsanas que usaron una lengua negra para hacerla tropezar. En el suelo, gateó hasta recuperar el grimorio y el vello de la nuca se le erizó.

Sobre su cabeza se abrió un portal, a la altura de los tejados una grieta en la Realidad dejó pasar a la criatura convocada. Similar a una serpiente alada de seis metros, el horrendo cazador abrió su larga y equina mandíbula emitiendo un chirrido que la obligó a taparse los oídos. El horrendo cazador aleteó con un sonido de cuero y giró su cuerpo grasiento hacia ella.

Pero Lisbeth no estaba indefensa. Recitó las palabras de convocatoria y terminó con un chasquido, abriendo un portal junto al horrendo cazador. Cuatros seres alados y quitinosos, con cuerpo de hombre, larga cola eléctrica y cuernos sobre un rostro sin rasgos, surgieron de la nueva grieta y cargaron contra la bestia. Los ángeles descarnados se enzarzaron contra el horrendo cazador y la mujer siguió corriendo.

Al anochecer, bajo las farolas de gas, todavía quedaba gente en las calles de Boston. Aunque no era descabellado ver correr a una mujer, los disparos desatados contra ella hicieron huir a todo el mundo.

Los impactos contra las paredes lanzaban esquirlas, y una le azotó el rostro dejando una línea de sangre. Ni sintió la herida, lo único en lo que pensaba era en huir y esconder el grimorio, pero este era una baliza para los hechizos de localización.

De los tejados saltaron dos hombres delante de ella, portaban cimitarras y un ankh invertido colgando de sus cuellos.

Lisbeth no dejó de correr, levantó la mano y les lanzó la maldición de la consunción. Los sectarios avanzaban, pero con cada paso se iban desgastando, su carne se consumía y envejecían por segundos. La mujer rebasó dos cadáveres momificados.

Sintió peligro y se arrojó al suelo, una descarga impactó en la pared donde un momento antes estaba ella. La energía chamuscó la piedra. Lisbeth miró atrás mientras se ponía en pie para emprender la huida, le seguían cinco sectarios y un brujo con túnica escarlata y una máscara de tela blanca con manchas cambiantes.

Giró la esquina y siguió corriendo por una larga calle, pero al otro lado de la manzana apareció un grupo de seis sectarios cortándole la ruta de escape. Llegó al callejón que había entre los dos bloques y vio al fondo una puerta abierta. Se metió dentro.

La puerta se cerró. Dintel, marco y puerta se difuminaron y en su lugar se hizo sólida una pared.

Estaba atrapada.

—Buenas noches, señorita West.

Lisbeth se giró preparándose para lanzar un hechizo, pero allí dentro no tenía acceso a su caudal psíquico. Estaba indefensa.

—Adelante, por favor.

Lisbeth apretó el Necronomicón contra su pecho y avanzó paso a paso por el corto pasillo que se abría a un local.

Era una librería. Delante de ella había un hombrecillo vestido con un anodino traje de tweed. Llevaba gruesas bifocales, era calvo en la parte superior de su cabeza y encrespadas greñas por detrás. Su edad era indefinida, y sonreía tranquilamente a la mujer.

—Aquí dentro no puede usar su poder, señorita West. Tampoco es necesario. Estamos en un marco atemporal, una burbuja fuera del espacio y del tiempo.

—¿Me conoces?

La sonrisa del hombre se amplió. Sacó un pañuelo limpio de su bolsillo y se lo ofreció después de hacerse un gesto en la mejilla. Ella le imitó, tocó la sangre y aceptó el pañuelo con reticencia.

—Por supuesto, Elisabeth. Hasta el día de hoy has sido custodio del Al Azif, pero has dejado de ser la Portavoz y la secta del Ankh Invertido ha encontrado el grimorio.

Elisabeth.

Hacía años que nadie la llamaba por su nombre original. Apretó fuerte el Necronomicón y el hombre, al percibir su tensión, levantó las manos.

—Tranquila, no lo quiero. Es el original y la razón por la que la secta le persigue, no olvidan la relación entre el Necronomicón y su Portavoz. Además, tengo una copia. Bueno, para ser técnicamente correcto es una copia que también le pertenece a usted, señorita West.

—¿Qué quieres decir?

—Acompáñeme, por favor.

Lisbeth caminó detrás del hombre y cruzaron la librería. Se preguntó si debía atacarle, pero allí dentro ella no tenía capacidad de lanzar hechizos y se temía que él sí, y sin duda aquel lugar era un santuario.

La librería era más grande de lo que parecía a simple vista. Desde la entrada se podía ver la pared del fondo a unos veinte metros, pero ya habían rebasado más de una docena de estanterías repletas de libros y seguían adelante. Al fin llegaron a un mueble rústico, plagado de runas de contención y con los libros amarrados por cadenas de hierro y plata.

El hombre sacó del bolsillo una llave, abrió el cerrojo de un cuaderno cuya esquina estaba manchada de tinta, y se lo tendió con delicadeza, igual que se ofrece una reliquia ancestral.

—Ya he encontrado a su próximo dueño, a quien se lo entregaré en unos años. Si no le importa a usted, claro está.

Lisbeth cogió el cuaderno y lo abrió. Pocas veces había sido sorprendida.

—Es la traducción de mi padre. Pero, ¿no se incendió en Londres?

—Me acerqué a ese momento para recuperarlo. La casa ardía, había docenas de sectarios y tenían acorralado a su padre. Su destino estaba cerrado, pero podía recuperar esta traducción y así lo hice.

Había nuevas páginas en aquel cuaderno, palabras que ella llevaba toda una vida escribiendo en el grimorio original.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?

—Quiero saldar mi deuda con usted, señorita West.

Ella miró más allá del grueso cristal de sus gafas.

—¿Ratón?

El hombre hizo una reverencia con la cabeza.

—A su servicio.

Aquel hombre podía tener entre cuarenta y sesenta años, era difícil calcular su edad pero el Ratón que ella conoció unos diez años atrás era un adolescente. Al fijarse mejor empezó a distinguir los rasgos del muchacho en aquel hombre.

—Encontraste la forma de controlar el Tiempo.

—A pequeña escala, pero sí —abrió los brazos abarcando el lugar—. Sea bienvenida a la Librería Miskatonic.

Ella soltó una carcajada.

—¿No podías haber elegido otro nombre?

—Bautizada en su honor, señorita West.

—Gracias, me siento halagada.

—De nada.

—El nombre puede generar confusión.

Ratón se encogió de hombros sonriendo.

—Una medida de protección, señorita West.

—Dices que estás aquí para devolverme una deuda, ¿cómo piensas pagarla? ¿Puedes trasladarme en el Tiempo?

—Sí.

—¿Pero?

—Tiene un destino marcado y cerrado, Elisabeth. Hoy muere a manos de la secta del Ankh Invertido, pero no van a encontrar el Necronomicón entre sus restos y perderán su huella durante cien años.

—El Necronomicón es legado de Herbert.

—Sí, y lo recuperará en su momento. Con este camino, la secta no molestará a su hijo y seguirá su propio rumbo.

—¿Y si me alejas unos años?

—El destino tomará otra ruta. Usted volverá a reunirse con sus hijos, vivirán juntos quince años de huida y miedo, pero les encontrarán y el Al Azif, con ayuda de su hijo, volverá a traer al Faraón Negro.

—Y si te lo entrego en custodia, ¿se lo devolverás a Herbert?

—Hay Poderes que andan tras el grimorio, señorita West, pero ninguna oferta puede igualar el pago de mi deuda con usted. Le doy mi palabra de que su hijo recibirá su legado, y que al Gran Soñador le entregaré la copia de su padre.

—¿Quién es el Gran Soñador?

—El futuro de Arkham.

—Si muero aquí…

—Seguirá viva en la Tierra de los Sueños. Aunque ha dejado de ser la Portavoz, Necrópolis la necesita más que nunca.

Lisbeth alargó la mano y le tendió el Necronomicón, pero Ratón señaló un hueco de la balda. Cuando ella lo depositó, él lo encadenó.

—La próxima persona que va a tocar este manuscrito es su hijo Herbert, señorita West.

—Gracias.

—Gracias a usted. He cumplido con la Ley y mi deuda queda saldada. ¿Le abro la puerta?

—Sí, por favor. La muerte me aguarda.

Elisabeth Mathesson West, Lisbeth, Portavoz de la Ley que rige los nombres de los muertos, Princesa de las Islas, Reina de Hielo, Viuda Cuervo, Dama Espectral. ¿Dónde está tu nombre?

Gracias por comentar.

6 Responses to “40. La muerte aguarda.”

  1. Harkonen 10 de junio de 2020 at 21:02 Permalink

    La secta juega al «Corre que te pillo»………. Y el tiempo siempre nos pone en su sitio…….

  2. Nimthor 10 de junio de 2020 at 21:32 Permalink

    Muy buen capítulo. Siempre luchando contra el destino. Bravo!

    • J. Paulorena 10 de junio de 2020 at 21:37 Permalink

      Gracias. Y aceptando el final como una dama

  3. Santi sardon 10 de junio de 2020 at 21:52 Permalink

    Excelente. El destino de Herbert West queda sellado

    • J. Paulorena 10 de junio de 2020 at 21:53 Permalink

      Correcto, y aquí empieza lo bueno

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