15. Acerca del alma.

J. Paulorena

—La verdad, princesa, no me esperaba algo así.

—¿Salir con vida de la zona judía?

—Que te guste mi compañía —el irlandés levantó las manos sonriendo para aplacar su mirada—. Sí, ya sé, para que otros irlandeses no se acerquen a ti. Pero es este irlandés quien te acompaña, y con eso me vale. ¿A dónde vamos ahora?

—Tengo que comprar medicinas para mi madre.

—Vale, conozco a un tipo que…

—Bada Nocte tiene lo que busco.

La algarabía de la calle llenó el silencio, que duró toda una manzana.

—Bada Nocte.

—Sí.

—Puedo buscar refuerzos, tengo cuatro hombres que me seguirán incluso allí dentro.

—No va a ser necesario.

—No va a ser necesario —repitió el irlandés con un bufido—. De acuerdo, princesa. Te sigo.

La zona negra era más deprimente que cualquier otra en Five Points. El racismo hacia el resto de razas estaba muy presente en aquellas calles, pero los que tenían sangre africana en sus venas seguían siendo los preferidos para descargar en ellos las miserias cotidianas en forma de golpes, cuchilladas y linchamientos.

Entrar en las calles negras era una temeridad, porque tenían mucha rabia contenida. Habían luchado en la guerra civil para ser libres, pero seguían muriendo a capricho de los blancos.

—Vaya mierda de sitio para vivir.

La muchacha asintió sin decir nada. El hombre estaba entendiendo que había gente viviendo en peores condiciones. Y ahora recordaba las veces que él y sus hombres les habían dado palizas sólo para pasar el rato, aportando su grano de arena a la miseria.

La gente se ponía tensa en presencia de blancos, pero la larga capa de cuervo de la muchacha parecía borrar las huellas que dejaban. Tras reconocerla, las miradas se desviaban, incluso con respeto, y nadie les molestaba.

Cormac no era estúpido. Allí dentro un hombre blanco ya estaría muerto. En unas pocas horas aquella muchacha le había llevado por calles que él ni siquiera había pensado que era posible entrar sin un pequeño ejército, lugares desconocidos y prohibidos.

—¿Quién eres? —susurró.

Elisabeth tenía la vista al frente, la pregunta del irlandés podría haberse desvanecido por el griterío.

—Alguien perdida en un mar de tinieblas.

Él no volvió a abrir la boca.

Junto a las escaleras de una casa destartalada, un grupo les observaba. Ojos fijos en el irlandés, a ella la conocían y tenía libertad de paso.

—Espera aquí. Ellos saben que has venido conmigo y no debería pasarte nada, pero te recomiendo que no abras la boca y que no llames la atención. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?

—No te preocupes por mí, princesa —el hombre escrutaba desafiante a los negros—. Sé cuidarme.

Elisabeth subió las escaleras y llamó a una puerta. Antes de entrar, le lanzó una última mirada. El irlandés estaba plantado frente a los cuatro negros, sonrió con chulería y escupió al suelo.

Cuando salió, le preocupaba la algarabía que se escuchaba fuera. Había un corro de personas jaleando a un congoleño de metro noventa y al irlandés, ambos sangrando y con las mejillas hinchadas. Estaban abrazados, hombro con hombro, y bebían de unas jarras. El combate había terminado, el dinero se había movido y todos parecían satisfechos del espectáculo.

Al verla allí arriba, preocupada, Cormac levantó la birra que le habían puesto en la mano y bebió por ella. Todavía sonreía cuando bajó altiva las escaleras. La gente se dispersaba, el congoleño le dio una palmada al irlandés y todo acabó allí.

—¿Todo bien? —preguntó él.

—Sí.

Retomaron el camino para regresar a casa.

—¿Estabas preocupada por mí?

—Por supuesto. No es fácil transportar un cadáver de tu envergadura.

—La mejor opción habría sido que me dejaras allí tirado. Los perros se habrían encargado de mis huesos.

Ella se detuvo para mirarle.

—¿No te importa morir?

—Prefiero vivir, está claro. Pero la muerte no me asusta. En Irlanda morimos de hambre por millones, y tu gente lo único que ha hecho es darnos la patada y enviarnos en barco a este agujero.

—¿Mi gente?

—Sí, británicos. Sois dueños de nuestras tierras y nos obligáis a cultivar trigo pero, ¿nos dais algo? Ni una brizna. Desayunamos, comemos y cenamos patatas, y eso cuando hay patatas.

En 1845, la plaga de las patatas mató a un millón de personas en Irlanda, y otro millón tuvo que emigrar por el hambre. La Corona británica solucionó el problema no disminuyendo la exigencia de los terratenientes, sino fletando barcos para que los irlandeses se largaran cuanto antes de sus tierras ancestrales, unas que ya no les pertenecían. En menos de cinco años, la isla perdió la mitad de su población, y casi dos siglos después todavía no la habría recuperado.

—Entiendo.                              

Continuaron andando en silencio. Cormac se arrepintió de haber hablado de aquello, pero su familia y su gente habían muerto por culpa del hambre y de la avaricia británica. Quizás no debió mencionarlo, posiblemente la muchacha ya no querría hablarle y…

—¿Y el alma?

—¿Qué?

—Tu alma. ¿Qué pasa con ella cuando mueres?

—Joder, princesa. Soy irlandés, católico hasta la médula.

—Entonces, crees en el alma.

—En la puta alma y en el cabrón de Dios, tan seguro que está allí arriba como que tiene un sentido de humor muy retorcido el hijo puta.

—Eres un poeta.

Fue la primera sonrisa que ella le dedicó.

Al llegar al portal de Tía Darsy, Elisabeth sacó de su bolsa un anillo de oro y se lo entregó.

—¿Y esto?

—Me lo han dado los judíos, y yo te lo doy a ti.

—No tienes que pagar mi protección, princesa. Eres intocable, ¿recuerdas?

Él alargo la mano para devolvérselo pero ella le había dado la espalda y se metía en el portal. Cormac, con la mano todavía extendida, reconoció el sello del anillo. Era irlandés.

Hacía un mes habían tenido un pequeño roce con los judíos. En la trifulca, a Liam le habían arrancado el dedo de un mordisco y no habían conseguido encontrar su anillo familiar, este que ahora sostenía.

Me pueden dar un buen pico por él, pensó.

—¡Eh, Cormac!

—¿Dónde te habías metido, jefe?

El irlandés vio llegar a su gente.

—Liam, no sabes la suerte que tienes, cabrón.

Le lanzó el anillo a su hombre, que lo atrapó con una mano todavía vendada. Sus ojos se abrieron por la sorpresa.

—Gracias, jefe. Ya lo tenía por perdido. Es una reliquia familiar, me lo dio mi vieja.

—Pues lo tienes que cuidar mejor, joder —le pasó el brazo por el hombro y le dio unas palmadas en el pecho.

—Parece que te has dado de hostias con alguien. ¿Estás animado para ir de caza a por negros? —le preguntó otro.

—Hoy no. A donde nos vamos es a tomar unas birras. Yo invito.

—El jefe parece contento —comentó uno.

—Igual se ha follado a la ingl…

Antes de terminar la frase, el gracioso ya estaba en el suelo con la nariz rota del puñetazo. Cormac sacó pecho y miró desafiante a sus hombres.

—Elisabeth es una dama y está tan lejos de vosotros, hijos de puta, que ni siquiera tenéis derecho a pensar en ella, y mucho menos mencionarla. ¿Alguno de vosotros, pedazo de cabrones, lo pone en duda?

Todos dieron un paso atrás levantando las manos en señal de apaciguamiento. Cormac miró al que estaba en el suelo chorreando sangre.

—Lo siento, he sido un estúpido. Ella es una dama, nadie lo pone en duda.

Cormac le tendió la mano para ayudarle a ponerse en pie.

—Bien. Si este asunto ha quedado claro, podemos ir a emborracharnos.

Gracias por comentar.

10 Responses to “15. Acerca del alma.”

  1. Santi sardon 11 de mayo de 2020 at 13:25 Permalink

    Sigue cocinandose la ambientación, ahora a fuego lento, pero sin parar. Más!!! Más!!!!

    • J. Paulorena 11 de mayo de 2020 at 14:09 Permalink

      Gracias, Santi. Con la olla se cocina a fuego lento, pero el vapor se acumula si no encuentra una salida.

    • Harkonen 11 de mayo de 2020 at 17:00 Permalink

      Tienes mas vicio que un vampiro en un banco de Sangre……..

      • J. Paulorena 11 de mayo de 2020 at 18:25 Permalink

        Y que siga así, que es buena señal.

  2. Harkonen 11 de mayo de 2020 at 16:58 Permalink

    Se estan juntando todas las creencias posibles…… desde la cabala judía hasta el voodoo con la magia tradición africana….. muy interesante el barrio negro……

    • J. Paulorena 11 de mayo de 2020 at 18:25 Permalink

      Gracias, Harkonen. Las creencias nos acompañan desde la prehistoria y hay tradiciones muy interesantes para darles un giro lovecraftiano de tuerca.

      • Harkonen 11 de mayo de 2020 at 22:00 Permalink

        Ahora solo te falta el hinduismo….. con sus dioses ancestrales… 😉

        • J. Paulorena 11 de mayo de 2020 at 22:35 Permalink

          Ja ja ja. No lo he pensado pero me lo guardo en la recámara.

  3. Nimthor 12 de mayo de 2020 at 13:40 Permalink

    Me encanta el antihéroe. Como dice Vladimir, a ver si vas a hacernos un «american gods» del siglo XIX con briznas de Cthulhu…

    • J. Paulorena 12 de mayo de 2020 at 21:18 Permalink

      Gracias, Nimthor. Cormac es un personaje complejo dentro de su aparente simplicidad. Sólo recordaros que mil son las máscaras de Nyarlarhotep.

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