Única testigo

por Judith Balanzategui

Las sirenas se oían cada vez más cerca. Pronto, vería las luces azules asomarse por la esquina de la calle del cerezo. Y ahí estaban. Una comitiva de la policía seguida de un montón de voluntarios del pueblo y de los alrededores. La búsqueda de Miriam Galarza Castillo no había dado resultados hasta entonces y se requería de toda la ayuda posible para encontrar a la niña de 14 años que salió de su casa la tarde del día anterior y nadie había vuelto a verla.

Poco a poco, los voluntarios se fueron organizando en pequeños grupos de búsqueda, mientras los agentes de la policía les iban dando instrucciones de lo que debían hacer. Fue entonces cuando le vi. Iñaki Renteria García, un chico alto, delgado, rubio y de cara angelical que tenía a todas las chicas del valle completamente a su merced. Pero yo sabía perfectamente lo que se escondía tras esa fachada de niño bueno. Nadie más había visto esos preciosos ojos, verde cantábrico, brillar de pura rabia, cuando después de violar a la pobre Miriam, le quito la vida allí mismo, en el parque de la ribera del rio. Tendrían que dragar este ultimo si querían encontrar el cuerpecillo sin vida de la desgraciada criatura.

Me encontraba mirando a Iñaki cuando un matrimonio se acerco a mí. Elal cogió la cantimplora que llevaba en la mochila y se dispuso a llenarla del agua que emanaba de mis entrañas. Acto seguido miro a su marido y dijo:

—Seguro que ella lo ha visto todo. Ojalá pudiera decirnos lo que pasó.