Una clásica historia de amor

por Judith Balanzategui

Martina acababa de salir de una relación larga y tóxica donde las haya. Su ex marido, Guillermo, era un alcohólico empedernido y celoso patológico, de los que creen que su mujer es un objeto, que pueden utilizar como saco de boxeo cuando les da la real gana. Ella no había sido capaz hasta ahora de huir de aquella casa. Puede que por miedo, porque siguiera enamorada, o porque su vida con él se hubiera convertido en una relación de dependencia emocional de la que no sabía cómo salir.

Por suerte había conseguido escapar de todo aquello, pero el precio que había pagado era altísimo. Sus relaciones de amistad pasaron a mejor vida cuando empezó a salir con Guillermo y sus relaciones familiares no eran mucho mejores. Los únicos que habían seguido allí, eran sus padres, pero actualmente vivían a 1000km de ella y apenas los veía.

En ello, el gobierno decretó el estado de emergencia en todo el país, debido a una pandemia procedente de China. “Perfecto, consigo salir de una cárcel y me tengo que meter en otra” —pensó Martina con amargura. Encendió el ordenador hastiada con la intención de ver alguna serie o entretenerse de alguna forma. En el momento en que Windows hizo su característico sonido de inicio, se le abrió automáticamente el programa de Skype. Entro en él para cambiar la configuración cuando un sonido de llamada la sorprendió. Eran sus compañeros de universidad para una videollamada en grupo. Aceptó inmediatamente. Sería bueno tener un poquito de vida social para variar.

Las caras de sus amigos de la universidad inundaron la pantalla. “madre mía que bien se conservan todos, están igual. En cambio yo…” pensó echándose un vistazo a si misma por un segundo. Esa vida carcelaria había hecho mella en ella, sin duda. Los saludó a todos efusivamente. Entonces le vio. Ahí estaba Salva, su ex novio. No podía estar mas guapo. Seguía manteniendo su pelo rizado negro azabache, aunque con alguna que otra cana. Ella le sonrió tímidamente y al devolverle él la sonrisa se puso colorada. Estuvieron hablando durante una hora mas o menos hasta que el resto de sus compañeros se fueron a sus quehaceres y se quedaron ellos dos. No tardaron mucho en recuperar aquella conexión especial. Sus amigos de clase decían que tenían una química y una complicidad digna de envidia. Se tiraron así hasta la hora de acostarse y quedaron en hablar al día siguiente. Esa noche, Martina, por primera vez en mucho tiempo, se acostó con una sonrisa en la cara.

Los días fueron pasando mientras Martina y Salva reconectaban y se volvían a enamorar perdidamente el uno del otro. La sonrisa rara vez ​abandonaba la cara de Martina. Hasta que un día, su hermana la llamó para decirle que había visto a Guillermo. No le dijo mucho más. No había amenazas ni nada parecido hacia su persona. No tenía porque tener miedo. Pero ese tipo de vida no se olvida tan fácilmente, por lo que Martina empezó a temer por su nueva vida, por su nueva ilusión. Cada vez que creía que era feliz, algo se estropeaba y todo a su alrededor se convertía en un infierno. ¿Y si esta vez también era así? Tenía que cortar rápidamente con Salva, antes de que la cosa se pusiera peor.

Y de esa forma ella sola se vio otra vez sumida en la mas oscura negrura. El miedo se apoderó por completo de su ser. Miedo a volver a encontrase con Guillermo. Miedo por no encontrar nunca a alguien que la quisiera. Miedo porque esa pandemia no pudiese controlarse jamás.

Pero entonces el gobierno anuncio el fin del confinamiento y el miedo que sentía Martina empezó a disiparse. Se vistió con la intención de salir a la calle, aunque no tuviese con quien quedar ni con quien hablar. Bajó las escaleras. Abrió la puerta del portal y vio a Salva con un gran ramo de rosas amarillas. El ramo tenía una nota que decía:

“Ante el mundo hay solo dos actitudes: el miedo o el amor”.