Sin burka por amor

por Judith Balanzategui

—Las flores ya han llegado —me dice mi hermana mientras abre la puerta—. Le diré ahora mismo al personal que las coloque enseguida.

Mónica, mi hermana, mi dama de honor, mi confidente, mi amiga. No sé qué haría sin ella. Está en todo. Doy gracias al universo a diario por tenerla. Nuestros padres fallecieron hace 2 años en un accidente de tráfico en la A-7, a la altura de Benalmádena, dirección Málaga. Y desde entonces ella se ha hecho cargo de mí, a pesar de que ya cuento 30 castañas, y de que  Mónica es la pequeña de las dos. El accidente ocurrió cuando mis padres venían al aeropuerto a buscarnos. Volvíamos las dos de Manama, una ciudad preciosa y moderna en Bahréin. En aquel viaje conocí a Hamza, el hijo del dueño del hotel en el que nos alojábamos. Quién me diría aquel día que 2 años después estaríamos celebrando nuestra boda. Me duele muchísimo que mis padres no puedan celebrar conmigo este día tan especial.

Termino de ponerme el vestido de novia de corte princesa con espalda descubierta y escote pico, y me miro en el espejo. Estoy radiante. Podría haber estado igual de radiante con un vestido más barato, pero Hamza se empeñó en gastarse una cantidad indecente de Dinares en él. Me dirijo al tocador donde Abdul y Yasmina, los mejores peluqueros y maquilladores de todo Bahréin, me esperan ansiosos. Consiguen dejarme como un auténtico miembro de la realeza, aunque más moderno.

Salgo al exterior donde me esperan los invitados y mi futuro esposo. Cuando miro a mi alrededor las lágrimas se agolpan en mis ojos irremediablemente. El altar está cubierto de lleivún, una planta típica de Chile, la tierra de mis ancestros maternos. Allí pase gran parte de mi infancia, en un pueblecito al norte de Valparaíso.

La música empieza a sonar y recorro el pasillo absorbiendo el aroma del lleivún mientras miro a Hamza con una sonrisa inmensa en mi cara. Esta guapísimo. Me quedo embelesada mirándole, cuando de repente la alarma de emergencias de la ciudad empieza a sonar. El gerente del hotel sale corriendo y nos avisa de que entremos. Todo a mi alrededor se mueve a cámara rápida mientras yo me quedo en pausa sin saber exactamente qué es lo que ocurre. Hamza, que parece completamente sereno, me coge de la mano y me arrastra hacia el interior del edificio.

Lo último que veo antes de entrar es una nube marrón que se acerca a nosotros inexorable.