Siete vidas

 No es cierto que tengan siete vidas. Aunque no era eso lo que me habían contado. El día de mi séptimo cumpleaños, mi madre trajo uno a casa. Podía pasarme horas observando su bigotito y sus enormes ojos felinos con esa profunda mirada. Un día mi enorme curiosidad pudo conmigo y lo lancé desde

la ventana para verificar la existencia de sus siete vidas. Mi corazón se hizo añicos cuando vi su cuerpecillo maltrecho en la acera. Cogí su cuerpo hecho trizas y lo enterré en el jardín del parque de al lado. Le construí una lápida con piedras y cartón. Por último, cogí mi tiza favorita y escribí su epitafio: “Siempre te llevare en mi corazón, mi maneki-neko”.

de Judith Balanzategui