Siempre habrá miedo

por Inés Espinosa

Merilisa Roncero veía las noticias en el pequeño televisor de su cocina cómodamente con su eterno pijama de estrellitas y un viejo delantal descolorido, mientras se hacía una tortilla.

Las autoridades habían dado por terminada la cuarentena y por fin la humanidad poco a poco volvería a la normalidad. Ella empezó a gritar entusiasmada ante tan maravillosa noticia. Estaba feliz, celebrando en solitario que desapareciera esa maldita enfermedad.

Los vecinos, en pleno éxtasis festivalero, llamaron a su puerta. Merilisa abrió y, sin tiempo a reaccionar, la sacaron en volandas hasta la calle, donde todo era una gran celebración.

Ella lloró y grito desesperada para que la dejaran volver a su casa. Pero fruto de la exagerada euforia, nadie le prestó atención. Probablemente imaginaban que su comportamiento se debía a la alegría. Así que no la soltaban, obligándola prácticamente a bailar una multitudinaria conga.

De pronto, a Merilisa empezó a faltarle el aire. Apenas podía respirar, y se desmayó cayendo a plomo al suelo. Los entusiasmados celebrantes, en cuanto se dieron cuenta de ello, corrieron hacia sus casas, alejándose de ella como si fuese una apestada y dejándola tirada en mitad de la calle. El terror volvía a sus vidas. “El coronavirus sigue aquí” pensaron todos, plenamente convencidos.

Una ambulancia la llevó al hospital. Pero ya nada se pudo hacer. Murió por el camino. Para los médicos, fue muy fácil dar con el motivo de su muerte, pues dada su patología estaba muy claro. Le había dado un infarto por un ataque de ansiedad, causado por algo que padecía y nadie conocía de su vecina.

Merilisa Roncero, siempre callada, solitaria y… agorafóbica.