Realidad irreal

por Belén Fernández Crespo

Por quincuagésima vez, Telmo, su hijo de nueve años, había sufrido un accidente.  Tras ignorar sus advertencias, había roto su tobillo en el skate park.  No importaba las veces que Ana le explicara que su propiocepción y su motricidad eran deficientes aún, o que cualquier contratiempo le mantendría encerrado en casa sin poder asistir a la escuela o relacionarse con sus amigos. No sería ella quien hiciera leña del árbol caído.  Era comprensible que un niño de su edad quisiera jugar y correr; que olvidara sus indicaciones o cualquier noción de peligro… Telmo, que se había quitado el traje de realidad virtual que remotamente controlaba el exoser, el artefacto que permitía a la población mundial llevar una vida semejante a la que tuvieron antes de que un pérfido virus conquistara el mundo, lloraba en silencio.