Lo que puede ofrecer una pandemia

por Mertxe Vega

Con los ojos aún cerrados las últimas palabras resonaron en mi cabeza: “Cari…estás vivo… ayúdanos a escapar… corred, hijos…”. Al despertar me vi varada en una playa. Rápidamente saqué a mis hijos del bote y fuimos en busca de refugio para protegernos de posibles enemigos humanos y animales. Las horas pasaron y no vi nada ni nadie. Tras diez días descubrí que habíamos llegado a una isla desierta. Allí sobrevivimos varios meses hasta que mi hijo Daniel cayó enfermo. Estaba sola y la única solución era volver a embarcar en busca de un lugar habitado.

 Debieron pasar semanas hasta que una mañana desperté en un hospital. A mi lado mis dos hijos. Estábamos llenos de cables y tubos en una amplia habitación muy clara y rodeada de aparatos tecnológicos que no conocía. Una enfermera me explicó que habíamos sido recogidos de una barca a la deriva; que nos sanarían, pero deberíamos pasar tres meses de cuarentena preventiva. Entendí que la famosa pandemia aún no había remitido totalmente. Las instalaciones eran muy modernas y repletas de comodidades pero no podíamos salir. Otra temporada de encerrona aunque a salvo.

Trascurridos los tres meses nos ofrecieron una casa en una urbanización rodeada de árboles y amplias avenidas. Era un sueño hecho realidad. Volvimos a la normalidad. Mis hijos iban al colegio y yo comencé a trabajar como psicóloga con personas mayores. Teníamos libertad y me sentía otra vez viva. Como era algo extraña la nueva situación quise hacer averiguaciones, no fuera que aquel gobierno siguiera con sus pretensiones manipulativas. Pedí información en diferentes despachos y, tras paseos por largos pasillos, días de espera en colas interminables y entrevistas con diversos cargos, me explicaron que mi traslado había sido accidentado y apresurado debido a la enfermedad de mi hijo y que no se había seguido el protocolo marcado.

En realidad estábamos en Deimos, un satélite de Marte. Tras la caída de la torres gemelas comenzaron a agudizarse los problemas entre países y algunos decidieron volar a Deimos en busca de refugio. Descubrieron un mundo con pocos habitantes que, por precaución, apresaron y que habían recreado la atmósfera y el ambiente de la Tierra. Durante años hicieron viajes para traer plantas, animales, objetos, materias y demás para hacer una réplica terrestre, de modo que los recientes inquilinos pudieron comenzar una nueva vida. Guardaron y conservaron algunas especies autóctonas del satélite con las que seguirían experimentando en laboratorios-jardín. Tras la pandemia de Covid-19 en la Tierra se sembró la muerte entre países y la miseria y otras enfermedades acabaron con la gran mayoría de los habitantes.

Me explicaron que de vez en cuando regresaban al planeta madre en busca de supervivientes, los agrupaban y los preparan psicológicamente para traerlos a Deimos. Al principio me pareció una locura pero después fui entendiendo por qué mi vecino Sam me pedía que cuidase de su hija durante unos días mientras iba  “de misión”. Era un exmilitar viudo. Recuerdo que abrumada por la idea estuve varios días con la mente bloqueada pero tras hablar con mi vecino acepté aquella novedosa realidad impuesta.

Un día soñé con mi marido. Estaba vivo y seguía buscándonos. Aquella idea se introdujo en mí de tal manera que me ofrecí para volver a la Tierra como psicóloga que era. En la nueva misión de Sam volé con él. Buscamos en diferentes enclaves ayudados de alta tecnología. Había pocos restos de vida pero hallamos un grupo de seis personas: dos mujeres, una niña, una pareja y… ¡mi marido! No lo podíamos creer. Otra vez juntos. Permanecimos allí varios días para curarlos, alimentarlos y acondicionar sus mentes para el nuevo cambio de vida.

Cuando llegamos a Deimos tuvieron que pasar la cuarentena. Fue entonces cuando descubrimos la realidad de Launo, el hombre de aquella nueva pareja. Mostraba mucha curiosidad por las diferentes salas, por los residentes…hasta que descubrió los laboratorios-jardín. Cierto día lo sorprendieron comiendo con voracidad los frutos de uno de los árboles autóctonos. Fue apresado y coaccionado para que explicase su reacción. Supimos que era un habitante de Marte que llevaba años en la Tierra en un afán de conocer sus costumbres, modos de vida, invenciones y pensamientos. Solía llevar plantas y animales para repoblar Deimos, hasta que el hombre terrestre “aniquiló” todos los residentes para implantar “su” planeta. Había examinado las sorprendentes e inexplicables reacciones ente seres humanos y  sobrevivió en la Tierra gracias a algo que había encontrado y de lo que ellos carecían: Amor.

Le llevó años comprender ese lazo que unía incondicionalmente a padres e hijos hasta que conoció a Elena y sintió algo insólito, novedoso y extraordinario. También descubrió la gran amistad entre amigos. Unión en la distancia lo llamó.

En fin. Hoy vivo feliz con mi familia en un lugar maravilloso con dos inusuales vecinos, un exmilitar y un marciano. Una combinación que nunca pude imaginar. Mi vecino Sam se casó con una mujer más joven que él y cuando se va “de misión” ella va de ”misionera” con jóvenes acompañantes. El caso de Lauro es peor. Una vez nos mostró su verdadero ser, su forma original. Era una especia de pasta amorfa parecida a la masa del pan antes de hornear. Tras una fiesta en el barrio comenzó a aficionarse al ron y desde entonces no ha sido el mismo. Bebe a todas horas, cuestión que su organismo no tolera y que hace que su cuerpo se licúe. Es penoso verlo arrastrándose hasta casa sin parte de sus pies. Otras veces, al saludar, te baña porque sus manos se vuelven prácticamente líquidas. Su novia se pasa el día llorando. Entre los dos forman enormes charcos que vemos rebosar por debajo de la puerta de entrada. Un espectáculo. Pero con todos ellos disfrutamos de gran variedad de chismorreos vecinales que animan nuestras monótonas vidas.

Mientras los veo pasear desde esta ventana, situada ante el ordenador, comienzo a escribir mi libro: “Lo que puede ofrecer una pandemia”.