Largo confinamiento

por Mercedes Vega

6 de marzo de 2020. Siento que las olas me mecen, calma, silencio, bienestar. Me imagino en una playa del Caribe entre arenas blancas y un mar esmeralda. Nadie que pueda romper esta quietud… ¡Vaya! Por hablar.

—Si, cari. Pues en el tercer cajón del armario del garaje. Allí están todas las cuerdas. Pero ¿aún no sabes dónde están las cosas en tu propia casa?… Estoy  de maravilla…. Chao. Vuelvo en una hora.

Se rompió el hechizo, me ha devuelto al aquí y el ahora y mi mente retoma su actividad frenética diaria. No hay manera. Necesito unas vacaciones sola y sin móvil.

30 de mayo de 2020. Siento que las olas me mecen, calma, silencio, bienestar. Me imagino en una playa del Caribe entre arenas blancas y un mar esmeralda. Nadie que pueda romper esta quietud… ¡Vaya! Por hablar. ¡No puedo coger el teléfono! ¡Mis manos están atadas! ¿Qué sucede? ¿Qué hago en plena noche en alta mar sobre una barquichuela a la deriva? Uff! Por lo menos tengo a mis hijos conmigo. Están dormidos. Mejor así. ¿Dónde está mi marido? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? No sé, pero debo librarme de estas ataduras. Serénate y piensa.

Sí, comienzo a recordar. Todo empezó con una pandemia vírica en China. Luego llegó a Europa. Nos confinaron en casa para que no se expandiera más. Recuerdo estar con mis hijos dibujando, cantando, bailando y haciendo tareas del cole.  Pero mi marido también estaba con nosotros. Salía a trabajar, era periodista para una cadena de televisión. Permitían que fuera a su puesto. Yo lo hacía desde casa, en el ordenador. Me acuerdo.

Al principio, en el supermercado comenzaron a faltar artículos pero había lo esencial y nos obligaron a salir con mascarillas. Tuve que hacerlas en casa, no se vendían. Después nos traían los alimentos a casa. Era el gobierno. Ellos estaban en todo. Creo que los ancianos morían irremediablemente en hospitales y residencias. Se contaban a miles. Oh! Qué recuerdos. Me estalla la cabeza. Los trabajadores gubernamentales paseaban cada tarde en sus coches o camiones por la ciudad, haciendo sonar las sirenas y nosotros aplaudíamos para agradecer su voluntad hacia nuestro cuidado y seguridad.

Un día anunciaron por la tele el confinamiento absoluto. No podíamos salir para nada y había unos hombres desinfectando las calles. Siempre de noche. Hablaba de ello con los vecinos desde el balcón pero todos creían que era por nuestro bien, por protección. Me acuerdo de hablar con mi familia y amigos por teléfono antes de que cortaran las comunicaciones. Como nadie trabajaba anularon todos los medios de comunicación excepto las dos cadenas autorizadas. Ponían películas, dibujos animados y el noticiario vespertino. No sé. Noto que había algo más. 

Mi marido enfermó y se lo llevaron. No pude ir a visitarlo. Me dijeron que murió, pero nunca vi su cuerpo.  Me entregaron su cartera y reloj. En los cajones encontré su móvil y curioseando descubrí fotos, videos y textos aterradores. Alianzas empresariales multinacionales, acciones de farmacéuticas que venderían vacunas, reorganización de estados a nivel mundial, millones de personas aniquiladas en todo el mundo. También me vienen imágenes  de gente sospechosa que actuaba por la noche. Se metían en las alcantarillas y trabajaban con los cables del teléfono y la luz. Sí, con grandes garrafas de líquido que vertían en los depósitos de agua. Eran del gobierno. 

Desde aquel día dejamos de beber agua del grifo. Quizás fueran los alimentos que nos traían los causantes de la enfermedad pero no podía matar de hambre a mis hijos. Ya habían sufrido bastante.

Espera, espera. Empecé a hablar de lo que veía y recibí una visita de dos policías advirtiendo que si seguía en aquella tesitura deberían ingresarme en un centro psiquiátrico. ¡Eso fue! Me callé pero comencé a fraguar nuestra huída. Únicamente el amor que sentía hacia mis hijos y hacia la vida era lo que me añadía el valor suficiente para lanzarme a la aventura. Nos descubrieron en el embarcadero. Aquellos policías me ataron. 

Estoy cansada… tengo sueño… la policía… mi marido vivo… golpes… mis hijos… corre…

Gracias, cari.