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LA LLAMADA DEL VACÍO

(por David Calleja)

En determinados círculos se rumorea que el ser humano reflexivo está al borde de la desaparición. Navega como un barco sin gobierno, al antojo de los vientos y el mar, zarandeándose muy cerca ya de las cascadas del fin del mundo.

Esas voces aseguran que la inmediatez de Internet ahuyenta el sosiego. Que los nuevos modos de relación saturan nuestra mente vendiendo fábulas de proximidad y amor eterno. Que lo virtual nos arrebata el tiempo, igual que si fuera una herramienta al servicio de aquellos hombres de gris con los que se topó la huérfana niña Momo.

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Y sin tiempo no hay reflexión, no hay profundidad en el pensamiento. Tal vez por eso decidiste convertirte un buen día en ser humano lector.

Umberto Eco analizó allá por 1964, cuando Facebook y asimilables no eran ni siquiera un proyecto, las dos posturas encontradas que genera la cultura de masas. El título de su libro, Apocalípticos e integrados, resume ambas tendencias con precisión.

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Pues bien: no es mi intención sumarme al bando de los apocalípticos ni al de los integrados. Sería imprudente. Radical. Hace siglos se demostró que los océanos no vierten sus aguas en el abismo, aunque eso tampoco quiere decir que la Tierra sea perfectamente redonda.

Quiero creer que los nuevos modos de relación tienen sus ventajas. Nos permiten expresar nuestra creatividad, denunciar la injerencia de la política en lo judicial o mantener el contacto con personas que, a pesar de la distancia, seguimos llevando en el corazón. Sin embargo, conviene recordar que detrás de tanta virtud hay un negocio de entretenimiento basado en la rapidez y la brevedad de los mensajes.

Un tipo me confesó una vez que ha dejado de consumir literatura. No tiene tiempo. Vive en un mundo de textos cortos, lleno de colores desteñidos, en el que falta espacio para argumentar las ideas. Si escribe más párrafos de la cuenta hace que el interés por sus palabras decaiga. Pierde popularidad y obtiene el don, o la maldición, de la invisibilidad.

Por eso algunos seguimos leyendo libros y cuentos… o incluso escribiéndolos. Además de entretenimiento, buscamos un lugar lo suficientemente fértil y extenso como para poder entender las ideas de otros o aclararnos las propias. Una buena lectura nos traslada a universos paralelos. Nos hace desconectar. Nos aporta la calma que arrebata la cotidianidad. Nos permite bucear en los sentimientos propios y ajenos.

Pero no vayas a concluir que enfrentarse a las páginas de una novela es siempre una tarea sencilla. Tenemos tantos y tan atractivos estímulos alrededor, que a menudo nos dejamos arrastrar por ellos. Qué le vamos a hacer si nuestras almas están cubiertas de carne, hueso, bytes y silicio… Bailamos día tras día al filo de esa catarata del fin del mundo, reflexionando sobre nuestra capacidad para resistir la urgente llamada del vacío.