Las flores se marchitaban lentamente, Claudia derramo el café en ellas.
—Ya no puedo hacer que resuciten —pensó ella apesadumbrada y con el pelo alborotado.
La noche llego y con ella la soledad. Ya habían pasado tres años desde aquel fatídico día de noviembre, siempre en su cabeza pensaba si podía haber hecho algo más para salvar a su marido. Las dudas le asaltaban constantemente.
Al día siguiente al ir a la cocina, paso por el salón y de repente como por arte de magia las flores habían vuelto a florecer e irradiaban más luz que nunca.
¿Se trataba de una señal divina?
Eso nunca lo sabría.
de Ohiane Pastor