El fin del mundo

por Danny Romero Mas

El Profeta anunció el fin del mundo con su grandilocuencia habitual. Describió el colapso, la hecatombe, la agonía y la extinción. Concretó y fijó una fecha, una hora. Su vaticinio fue recibido con suspicacias, reproches y alguna amenaza. La gente del pueblo estaba cansada de sus pronósticos fallidos. Exhaustos por el pánico que les causaba el profeta cada vez que predecía el fin de todo. Ya nadie le creía, su familia le repudió y se fue a vivir a una cabaña en el bosque. Pasó de El Profeta a un loco solitario, un paria anacoreta. Pero a pesar de todo, por una vez, su pronóstico se cumplió. En el día y la hora augurados, El Profeta volvió y se quedó en medio de la plaza del pueblo. Y en efecto: el ventrículo derecho del profeta se colapsó, se produjo la hecatombe del sistema cardiovascular y, después de una agonía fulminante, la vida se extinguió. El mundo del profeta llegó así a su fin. En su sepelio, todos callaron envueltos en el remordimiento por no haber creído su última profecía.