DeTermination

Gontzal Mnez. de Estibariz

La única novia que había tenido le había dejado. Habían sido novios desde la infancia, cuando jugaban en la misma pandilla del pueblo de veraneo. Después de una relación de años, ella le había dicho que no podía esperar más a que se decidiese a alquilar algo e irse a vivir juntos de una vez.

“Irse a vivir con alguien es un cambio fundamental y no es algo que se pueda decidir de un día para otro. ¿Y si luego no funcionaba?”, había pensado él.      

Hoy era su primera cita Tinder. Le había costado mucho decidirse a usar la aplicación y otro tanto a concertar un primer encuentro. “Nunca sabe uno con quien se va a encontrar a través de estas redes sociales. Había que andar con mucho cuidado”.

Decidir qué ropa ponerse para la ocasión tampoco había sido tema baladí. Afortunadamente, la elección del local había sido cosa de ella que se había decantado por un restaurante vietnamita del centro. 

La chica era definitivamente atractiva y parecía muy simpática pero no estaba seguro de que fuese su tipo. Había pensado invitarla a ir al cine después de comer para tener la oportunidad de conocerse aún mejor. Había revisado la cartelera de arriba abajo y de abajo arriba varias veces pero no había podido seleccionar una película. “Si elegía un thriller americano con muchos efectos especiales podía dar una imagen un tanto superficial. Había alguna película francesa más intimista pero tampoco quería parecer un rarito de esos”.

Se percató de que el camarero había reparado en ellos y se disponía a acercarse a la mesa con las cartas. No sabía aun que pedir para beber. “No aguantaba muy bien el alcohol y si se decidían por el vino podría empezar a decir tonterías y arruinar la cita. Por otra parte, pedir agua o algún refresco podría hacer pensar a la chica que era alguien con poco mundo e incluso aburrido. ¿Y qué decir de la comida? ¡No tenía ni idea de cómo era la cocina vietnamita!” 

De repente le invadió la sensación de que ella se estaba dando cuenta de su incipiente ataque de inseguridad. Abrumado por la situación, y para ganar tiempo, se disculpó torpemente y huyó al servicio.

El servicio de caballeros estaba vacío y tenía tres urinarios en la pared de su izquierda. Se aproximó al primero y según se bajaba la bragueta del pantalón pensó: “igual es mejor hacerlo en el más alejado. Seguro que la mayoría usa este primer urinario por comodidad al ser el más cercano y es el que más sucio estará también”.

Cuando se disponía a ir al del fondo le asalto la duda: “¿Y si en realidad todos piensan de la misma manera que yo? En ese caso el más usado y sucio será el urinario del fondo y el más limpio el primero”.

Miró al suelo y observó que había manchas de restos de orina frente a los tres urinarios. Estas eran de un tamaño similar por lo que se podía deducir que todos habían tenido una intensidad de uso semejante.  

“El urinario del medio será probablemente la mejor opción. Normalmente se elige usar los de los extremos para evitar ser flanqueado por alguien que llegase después. ¡Además, él siempre había sido una persona de centro!”, pensó divertido.

Sin un convencimiento total se posicionó frente al urinario central, terminó de bajarse la bragueta y, cuando se disponía a desenfundar, vio el pelo rizado adherido a la base junto a una muesca de la loza descascarillada. 

Incapaz de decidirse, le asaltó finalmente la duda sobre la higiene general del servicio así que, por precaución, decidió postergar la micción para más tarde. “No había que tomar riesgos innecesarios con el COVID campando a sus anchas. ¡Y en un restaurante oriental!”

Abandonó el servicio y al acercarse de nuevo a la mesa vio que estaba vacía. Ni rastro de la chica, ni de su bolso, ni de su chaqueta… El camarero se acercó solícito.

—Peldone señol. La señolita que estaba con usted ha tenido que malchalse. Ha dicho que tenía una cita impoltante a la que no podía legal talde y que se disculpa… ¿Desea tomal algo el señol?

—Pues no sé…, la verdad es que…, quizá un… —balbuceó confundido.

—No se pleocupe el señol. Ahola vuelo. Le dejo un latito más pala que se decida…

“Siemple me tocan a mí los lalitos” —pensaba el camarero mientras se dirigía suspirando a la barra. 

Entonces oyó una voz dubitativa a sus espaldas.

—¿Tiene tinto de verano…?