Cerebrito

por Igor Rodtem

Lo que en un principio iba a ser un proyecto de fin de curso, es decir, diseñar un virus dentro de una simulación virtual, se acabó convirtiendo en una competición por ver quién creaba el virus más letal.

El pequeño Jones tenía una mente privilegiada, era un estudiante superdotado al que no habían sabido incentivar ni sus progenitores ni sus profesores ni, en definitiva, el sistema educativo en general. Y para colmo, tenía que aguantar las burlas de sus compañeros de clase, que se referían a él despectivamente como “Cerebrito”. Él pensaba que había ideado el virus perfecto, dentro de los parámetros que permitía la simulación (que era un intento de aproximación al mundo real), estableciendo unos buenos registros en cuanto a periodo de incubación, capacidad y medios de contagio, mortalidad, etc. Pero, sin embargo, al reproducirlo en la simulación, su virus se mostraba débil y poco efectivo, con bajos niveles de contagio y de letalidad. No solo no fue de los mejores virus presentados, sino que fue uno de los más inofensivos.

—¡No puede ser! —se quejó, enfervorizado—. ¡Esta simulación no está bien parametrizada!

No fueron tanto las risas despectivas de sus compañeros, algo a lo que estaba desgraciadamente acostumbrado, como la mirada de condescendencia de su torpe profesor lo que le indignó y le avergonzó hasta el punto de orinarse en los pantalones.

Varios años después de aquel incidente, y tras superar un fallido intento de suicidio, el pequeño Jones conseguía una suculenta beca de investigación en un prestigioso laboratorio, merced a su doble doctorado en biología y bioquímica. Allí fue recibido con los brazos abiertos, por todo el personal, aunque no le pasó desapercibida una de las múltiples frases de bienvenida que recibió: “aquí siempre aceptamos a los cerebritos como tú…”. Mantuvo la calma y aceptó con una sonrisa todas las muestras de amabilidad que recibió. Sin embargo, su mente llevaba quebrada desde hacía tiempo y en su cabeza tan solo había un objetivo. Y nada ni nadie podría interponerse.

Pronto, casi nadie en el laboratorio malgastaba su tiempo junto a aquel tipo tan huraño y egocéntrico que parecía ser Jones. Su solicitud de hacer horas extra (sin remuneración extra, por supuesto) fue bien recibida por el director del laboratorio, y sus compañeros pensaron que era un vano intento de peloteo por su parte. No sospechaban cuál era el proyecto personal (y secreto) de “Cerebrito” Jones.

Al poco de finalizar la beca, Jones liberaba un virus de diseño en medio de un concierto multitudinario a las afueras de Boston.

Pasaron más de tres meses antes de que ninguna autoridad sanitaria fuera consciente de aquella nueva amenaza ni se percatara de su peligrosidad. Aquel nuevo virus era completamente anómalo en cuanto a periodo de incubación, sintomatología, morbilidad… Sobre el papel, no aparentaba ser más que un virus débil e incapaz de generar consecuencias graves para el ser humano. Pero en la práctica, se había convertido en una terrible e inesperada pandemia, infectando a buena parte de la población mundial, y provocando la muerte indiscriminada de un alto porcentaje de enfermos.

Jones sonreía satisfecho, vanagloriándose de su creación, recreándose en la venganza hacia una humanidad cruel y merecedora de la extinción. Pero acabó perdiendo la poca cordura que le quedaba cuando vio anunciado en televisión que el laboratorio donde había realizado la beca anunciaba a bombo y platillo una vacuna y un remedio cien por cien eficaces frente a aquel devastador virus.

Al mismo tiempo, el director del laboratorio colgaba su teléfono. Las muestras de agradecimiento de las autoridades eran bien recibidas, pero agradecía mucho más los ingresos astronómicos en su cuenta secreta en Suiza. Su apuesta por “Cerebrito” Jones había dado sus frutos. Había confiado plenamente en que la capacidad intelectual y las ansias de venganza del pobre chico le llevarían a diseñar un virus excepcional. Tan solo tuvo que hacer un seguimiento de su creación desde el primer momento, obviamente sin que Jones fuera consciente, para ir creando simultáneamente el remedio antivírico. Cada avance del desdichado “Cerebrito” era un paso más hacia el éxito.

Jones pensaba que era un asunto de ciencia y venganza.

No se dio cuenta de que se trataba de lo de siempre: dinero y poder