33. Secretos revelados.

J. Paulorena

No lo esperaba pero había ocurrido. En breve el embarazo se haría evidente y eso acarrearía muchos problemas. El menos importante era el social, una viuda que se quedaba embarazada ya no era como para grabarle con fuego la letra escarlata, no era necesario porque las habladurías ya se encargarían de estigmatizarla. Este era un asunto menor para Lisbeth, salvo que sería un centro de atención y habladurías, y era lo último que deseaba.

Lo que le preocupaba era tomar la decisión de informar al padre. Estaba a gusto con él, era cariñoso y quizás podía ser una buena pareja con la que compartir lo que le quedaba en esta vida. Sin embargo seguía ocultándole secretos. No le había hablado de Arkham ni qué significaba Miskatonic, y sabía que tenía otros pequeños secretos, quizás más mundanos pero igual de importantes. Y cuantas más dudas tenía como mujer, menos quería usar su poder para resolverlas. No estaba segura de lo que sentía.

Llamaron a la puerta tres veces y dio permiso. Entró Ratón mirando a los lados, cerciorándose de que estaban solos y que no se metía en una ratonera.

—Siéntate, por favor. Estaba empezando a preocuparme por ti. Quizás este asunto es más peligroso de lo que pensaba y lo mejor es que lo dejes estar. Ya encontraré otra forma de rastrear Miskatonic.

—He entrado, señorita West.

Ella frunció el ceño.

—¿Has bajado al sótano?

El muchacho asintió.

—Hay toda una red de túneles ahí abajo, señorita. Creo que son anteriores a la Guerra de la Independencia, ya sabe, para el contrabando. He pasado varias noches allí abajo esperando hasta que ayer aparecieron varios profesores. Les seguí por todo el subsuelo de Boston y se reunieron con otros hombres, a los que reconocí como profesores de la universidad de Harvard.

—¿Cómo sabes que eran de Harvard?

—Porque entre las dos universidades hay una colaboración estrecha, además de que solemos competir contra ellos en carreras de remo o en concursos de matemáticas. Y sobre todo porque la salida que después utilicé me llevó junto al campus de medicina de Harvard.

—De acuerdo. Sigue, por favor.

—Cuando pareció que estaban todos se adentraron en otro túnel, y de allí les seguí hasta lo que parecía una caverna habilitada como un barracón. Había muchas camas, y los profesores se tumbaron en ellas para dormir mientras un médico parecía atenderles el sueño. ¿Lo entiende usted?

—Sí.

El muchacho asintió ante su escueta contestación, era suficiente para él si ella estaba obteniendo las respuestas que quería.

—Estuve curioseando por los alrededores de aquella habitación comunal, y vi que había obras de acondicionamiento. Están levantando un complejo ahí abajo, señorita. Vi algunas puertas metálicas que parecían recientes, y supe que detrás había libros.

—¿Cómo lo supiste?

Él negó con la cabeza, aún no lo entendía.

—No lo sé, señorita. Sólo lo supe.

—Continúa, por favor.

—El lugar tiene diferentes niveles, es muy grande para explorarlo todo, pero por un pasadizo llegué hasta una sala con una mesa y varias sillas, parecía un salón de reuniones. De la pared colgaba un tapiz que tenía esto escrito.

Le tendió un trozo de papel y ella leyó:

«Miskatonic. Ex Ignorantia Ad Sapientiam; Ex Luce Ad Tenebras.»

 —Miskatonic. De la ignorancia a la sabiduría; de la luz a la oscuridad. Peculiar, ¿no te parece?

—Eso pensé, señorita. ¿De la luz a la oscuridad? ¿Por qué? ¿No sería más lógico lo contrario?

—¿Y qué has deducido, Ratón?

—Que el conocimiento conduce a las tinieblas, señorita. Que la sabiduría es peligrosa.

—Y sin embargo quieres traducir un libro sobre una de las entidades más temibles del Universo.

—Correcto. Lo cual me ha llevado a comprender que tendré que prepararme para descubrir los secretos del Tiempo, pues hay peligros que desconozco. Esta gente, secta o lo que sea, parecen ser el Miskatonic que usted busca.

—Sí, es posible que lo haya encontrado.

—La persona que tiene los Manuscritos Pnakóticos, ese Guardián de los Arcanos al que me envía, ¿es como ellos?

—No. Aquellos que estudian estos temas suelen pertenecer a una secta, como bien has dicho, o son individuos solitarios que han aprendido a desconfiar de sus semejantes.

—Sin embargo, usted es diferente.

—Me halagas, pero lo pongo en duda. Y también debo poner en duda que Miskatonic sea una secta.

—Entonces, ¿qué es?

—Algo diferente, me parece. Quizás sí que sean estudiosos de la mitología oculta de la realidad que han decidido unirse para ser más fuertes, para protegerse de sus peligros.

—Puedo entender que el grupo hace la fuerza pero, ¿cuál es el fin de su conocimiento? Ex Luce Ad Tenebras, señorita.

—Lo tendré en cuenta. Gracias, Ratón.

—¿He cumplido con nuestro trato, señorita West?

—Has cumplido con creces.

El muchacho se levantó para marchar, pero se detuvo con la mano en el pomo. Se giró para mirarla.

—Y sin embargo, señorita West, tengo la sensación de que no es así. Ha abierto la puerta de mi destino, siento que mi deuda con usted no está saldada.

Ratón salió del despacho y, sin mirar atrás, abandonó la Universidad. No sería el único que hoy dejaría atrás aquellos muros para nunca más regresar.

Miskatonic era un grupo de profesores y rectorado de las dos universidades, un corpúsculo secreto que se reunía para compartir información esotérica, un círculo ocultista.

En estos tiempos era común entre la clase alta jugar con las ciencias ocultas y el esoterismo, pero se debía más a la búsqueda de emociones y al atractivo de los exótico que suponían otras religiones.

Lisbeth había participado en varias sesiones para descubrir la falacia de la estafa, también había descubierto a un par de individuos que, como ella, sí eran capaces de ver entre las mentiras. A uno de ellos había tenido que juzgarle, y ahora era un fantasma encadenado a sus pecados.

Si Miskatonic financiaba Arkham, les daría el beneficio de la duda. Y lo mismo debía hacer con Allen, pero seguía insegura.

En estos momentos de duda lo mejor sería hablar con otra persona más experimentada en relaciones humanas. Decidió confiarse a Eleonor. Aún sabían poco la una sobre la otra, y Lisbeth llevaba un tiempo evitando leer el nombre de las personas que la rodeaban, intentaba ser “normal” dentro de sus limitaciones. Era el momento de abrirse a Eleonor y poner a prueba la amistad que estaban forjando.

Cruzó el pasillo tan absorta en sus inquietudes que los alumnos no reparaban en ella. Llegó a la biblioteca, abrió la puerta y entró.

El bibliotecario hacía gala de su habitual ausencia, Eleonor y Allen estaban solos y conversaban junto a la mesa de la ayudante. Él tenía su mano apoyada en el brazo de ella.

Se giraron hacia Lisbeth cuando abrió la puerta. Él se sonrojó y retiró la mano. Eleonor sonrió al ver a su amiga.

—Hola, Lisbeth. ¿Conoces a Allen, mi marido?

Silencio. Sólo duro un instante.

Eleonor supo que algo ocurría. El gesto de su amiga, normalmente imperturbable, se había endurecido como una máscara de piedra al ver a su esposo. Al mirarla a ella, la misma tristeza en Elisabeth con la que recordaba a su marido muerto.

—Lo siento, Eleonor.

La Reina de Hielo desapareció de sus vidas.

Tras su marcha, Eleonor se giró hacia Allen sin entender por qué Lisbeth se había disculpado y marchado casi a la carrera.

El doctor Halsey miraba hacia el hueco por el que ella se había desvanecido, hasta que recibió un bofetón que le cruzó la cara.

—Quiero que te largues de mi casa.

La ayudante de biblioteca abandonó a su marido y la Universidad Bradford, encontrando en Harvard una institución que sí apreciaba su trabajo. Además, ella y su hija dejaron de usar el apellido Halsey para recuperar el propio de soltera, presentándose a partir de entonces como Eleonor Norton.

Gracias por comentar.

10 Responses to “33. Secretos revelados.”

  1. Harkonen 3 de junio de 2020 at 20:45 Permalink

    Huele a cuernitissssss por todos los lados…….

    • J. Paulorena 3 de junio de 2020 at 20:47 Permalink

      Claro, y ninguna de ellas lo sabía.

      • Harkonen 3 de junio de 2020 at 20:47 Permalink

        En eso se basan los buenos cuernos……. 🙂 😉

  2. Harkonen 3 de junio de 2020 at 20:47 Permalink

    Por cierto en que año estamos… que no se comenta…… 😉

    • J. Paulorena 3 de junio de 2020 at 20:50 Permalink

      En este momento mil ochocientos noventa y pico

  3. Santi sardon 3 de junio de 2020 at 20:54 Permalink

    Mola, pero no me aCaba de quedar muy claro de como se da cuenta de los cuernos

    • Harkonen 3 de junio de 2020 at 20:57 Permalink

      De seguro que por la cara que ponen los dos al verse……. y por la manera en la que que actúa Lisbeth

  4. Nimthor 3 de junio de 2020 at 21:55 Permalink

    Creo que el capitulo se hubiera podido dividir entre dos. Pero bien

    • J. Paulorena 3 de junio de 2020 at 22:20 Permalink

      Yo también, pero se cierra un periodo en su vida y he preferido no cortarlo

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