29. Ratón.

J. Paulorena

Tras recibir su permiso, el doctor Halsey abrió la puerta y de un paso llegó junto a la mesa de la señorita West. Todo el aplomo reunido en el espejo durante media hora se fue pantalones abajo.

Ella le miraba con curiosidad y media sonrisa, era consciente de su turbación y la razón de ésta, pero nunca hacía comentario con doble sentido y mantenía con decoro la integridad moral del doctor, que a pesar de todo se sentía como un adolescente atolondrado.

—Buenas noches, señorita West.

—Lisbeth.

—Lisbeth, sí —el sombrero daba vueltas en sus manos—. Me preguntaba si querría quedar conmigo para cenar un día de estos cualquiera cuando usted quiera. Ejem.

—Estaría encantada, mi querido Allen.

Mejillas hirviendo, la sonrisa bobalicona de un incrédulo que ve realizar su sueño.

—¿De verdad?

—Pero esta noche no va a poder ser, tengo planes.

—Claro, por supuesto. Tienes planes. Yo tampoco puedo esta noche, tengo que, eh… un trabajo que, eh… se me había olvidado…

—¿Qué te parece mañana?

La luz volvía a brillar en su mirada.

—Estupendo, sí. Mañana puedo, creo. No importa, mañana.

Lisbeth vio salir al doctor. No quería forzar las cosas. Todavía le escondía secretos, pero tampoco quería leer en él. Había mucho en juego y necesitaba profundizar más que la simple comprensión. Además, tenía muchos recursos aparte del potencial psíquico y creía estar a un paso de ganarse su plena confianza.

Ya sola, su gesto cambió al de profunda tristeza. Echaba de menos al irlandés pese al poco tiempo que habían estado juntos, y la única vez en intimidad había sido bendecida con un embarazo. Gracias a él había despertado como madre, pero también como mujer.

Era la Portavoz, su misión resultaba trascendental, pero como mujer a veces sentía los deseos y pasiones mundanas de cualquier persona, y esa dualidad era su equilibrio, el fiel que la mantenía cuerda entre la vida y los muertos.

Esperó unos minutos a que él se internara en los recovecos de la universidad, a lugares donde le habían señalado como sitio de escobas y almacén de trastos.

El día que la contrataron la llevaron de ruta por todo el edificio, salvo a los sótanos. Le señalaron la puerta que cerraba la única escalera que descendía a las profundidades de la institución y le dijeron que era un lugar peligroso para una señorita, estaba viejo y la mampostería se caía a trozos. No era un sitio seguro, pero no importaba porque ella no tenía que bajar ahí, para nada. Nunca. El énfasis de la prohibición había sido claro.

Sabía que allí abajo se escondían parte de los secretos que estaba buscando. Pero hoy no era momento de indagar ni de buscar respuestas, hoy tenía planes. Hoy tocaba divertirse.

Elisabeth cruzó la universidad, los alumnos más rezagados se apartaban de su camino, la saludaban agachando la cabeza con respeto y murmurando un: “Buenas noches, señorita West”. Y la veían alejarse con suspiros y pensando: “Adiós, mi Reina de Hielo”.

La biblioteca estaba silenciosa, Eleonor guardaba libros tras la primera columna de estanterías y no había notado su llegada.

La mesa del bibliotecario estaba limpia, hacía una hora ya de su marcha. La de Eleonor, en cambio, tenía todavía un par de pilas de libros por guardar.

De un rápido vistazo comprobó que no había ninguno que destacara por su naturaleza esotérica, todos ellos eran relativos a asignaturas impartidas. Así que tomó una de las pilas y fue en busca de la ayudante.

—Ah. Hola, Lisbeth. Gracias, ya los cojo yo.

—No importa, te ayudo y así terminamos antes.

Una vez acabaron, se prepararon para marchar. Ya en la puerta y Eleonor con las llaves dentro de la cerradura, Lisbeth le puso la mano encima de la suya.

—¿Y aquel alumno?

Eleonor miró dentro de la biblioteca. No veía a nadie hasta que Lisbeth le señaló, entonces sus ojos se centraron y se percató del muchacho, sentado en una esquina en el suelo y con un libro en su regazo.

—Joder, es Ratón —soltó la ayudante—. Menos mal que le has visto, no sería la primera vez que se queda encerrado toda la noche. ¡Eh, Ratón! ¡Es la hora!

El chaval estaba absorto en la lectura y se acercaron para avisarle. A unos pasos de él, la mirada de Lisbeth se abrió y vio su aura. Crepitaba como pocas veces había visto.

Lisbeth se quedó un paso atrás y dibujó signos con la mano. Alrededor del aura brillaron glifos reveladores. Era un Buscador, su pasión era un pozo sin fondo, tenía un destino marcado y él mismo se lo estaba forjando leyendo aquel pergamino que databa de eones de antigüedad.

—Vamos, Ratón, es hora de que subas al dormitorio.

—¿Mmm? —cerró el libro escondiendo el papiro—. Ah, hola, Eleonor. ¿Ya va a cerrar? ¿No es pronto todavía?

—No, es tarde. Venga, todos los días nos pasa lo mismo.

—Lo siento, es que me quedo enfrascado.

—No importa, me gusta que disfrutes de los libros pero tienes que descansar.

—Estaría bien no necesitar dormir —al decir esto miró directamente a Lisbeth—. Hola, señorita West.

—Hola. Perdona pero no recuerdo tu nombre.

—Me llaman Ratón.

Lisbeth levantó una ceja, le miraba a la cara y él la enfrentaba. Ella sonrió, él también.

—¿Qué estás leyendo?

Los ojos del chaval se desviaron un parpadeo hacia Eleonor, entonces levantó el libro que tenía en la mano para dar fuerza a su respuesta.

—La isla del tesoro.

—Muy ameno. Búsqueda de secretos.

Él se sonrojó un poco. Sabía que la señorita West había detectado su mentira.

—Gracias.

—Si no os importa, seguís con la conversación otro día. Es hora de que subas al dormitorio, Ratón.

—Sí, Eleonor. Lo siento. Subo ya.

El muchacho pasó entre ellas.

—Ya sabes que soy traductora, Ratón. La mejor que vas a encontrar —le dijo Lisbeth.

Él la miró un instante, pero sus facciones eran una máscara que nada quería mostrar.

—Es un poco… especial —le explicó Eleonor—, pero es un buen muchacho.

—Sí que lo es.

Cerraron la puerta, cruzaron el ala del colegio y, ya antes de doblar una de las esquinas, escucharon los improperios.

Tres alumnos miraban como un cuarto insultaba a Ratón y le apabullaba de un empujón. El chaval se cayó, se le desperdigaron los libros y pergaminos por el suelo. Ratón se olvidó de los matones y gateó recogiendo las hojas, los alumnos empezaron a pisarlas y fue cuando ellas doblaron la esquina.

Los alumnos las vieron y dieron un paso atrás. Ratón apiló las hojas entre los libros, que apretó contra el pecho como una valiosa posesión. Ellas avanzaron por el pasillo y llegaron a su altura.

—¿Algún problema aquí?

—No, Eleonor.

La ayudante les fulminó con la mirada.

—Buenas noches, Ratón. Toma, se te ha caído esto —el pergamino que le entregó estaba escrito en un idioma negro y con runas cabalísticas—. Recuerda lo que te he dicho, siempre vas a encontrar abierta la puerta de mi despacho.

—Sí, señorita West.

—Buenas noches, caballeros —Lisbeth les sonrió.

—Buenas noches, señorita West —murmuraron bajando la cabeza avergonzados.

Cuando ellas se alejaron, los estudiantes subieron a los dormitorios con la sonrisa de Lisbeth como compañía, olvidada la trifulca y con la sensación de que Ratón tenía el favor de la Reina de Hielo. Y nadie quería causar problemas a la Reina de Hielo. Mejor era llevarse a la cama su sonrisa que su mirada desaprobadora y su lengua afilada.

Gracias por comentar.

11 Responses to “29. Ratón.”

  1. Nimthor 30 de mayo de 2020 at 20:54 Permalink

    Gran capítulo. Mucha información. Me encanta

  2. Harkonen 30 de mayo de 2020 at 22:10 Permalink

    Mira por donde ya tenemos al (Ratoncillo Perez) en la ecuación….. haciendo cositas que harían llorar al mismísimo niño Jesús….. Lisbeth de seguro que le vigilara de muyyyy cerca

    • J. Paulorena 30 de mayo de 2020 at 22:26 Permalink

      Sobre todo cuando se refiere a papiros con rara simbología

  3. Harkonen 30 de mayo de 2020 at 22:12 Permalink

    PosData: Muy interesante…… el capitulin de hoy, para cuando partidita……

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