25. La dama del parque.

J. Paulorena

El doctor Halsey cruzaba el parque en su camino a la Universidad. Había pasado una semana pero todavía tenía el ojo morado como recuerdo de Wilson al ser despedido. Iba distraído en cavilaciones metafísicas relativas a su especialidad, como el organismo de los soñadores, las biopsias realizadas y las conclusiones diferenciales. Y profundizando más aún, en el propio origen del cuerpo del soñador.

Sólo sé que no sé nada, pensó con media sonrisa.

Su mirada recayó en la recatada mujer que estaba sentada en el banco. El coche de paseo que estaba a su lado podía sugerir que se trataba de una institutriz, como tantas otras que se veían acompañadas de sus pretendientes, pero el elegante corte de su vestido lo descartaba. Era la madre de aquel chiquillo pelirrojo que correteaba por la hierba, de rodillas peladas por las frecuentes caídas y la sonrisa picaruela de aquel que se está preparando para una trastada.

Llevaba un tiempo cruzándose con ella, siempre sentada en el mismo banco, solitaria, leyendo mientras el crío se desfogaba.

La primera vez que se fijó en ella seguía este mismo camino hacia la Universidad. El chaval tenía las manos en la espalda y la cabeza gacha mientras su madre le decía algo. El doctor sintió curiosidad por la escena, allí había educación en curso. Educación de la de verdad, pensó con un atisbo de culpa.

Redujo el paso y prestó atención. En medio de ambos yacía una paloma abatida de una pedrada, buena puntería tenía el mocoso para su edad.

—Has matado a un ser vivo.

—Yo no quería, mamá.

—¿Qué querías entonces?

—No lo sé.

—Déjate de balbuceos y piensa.

—Quería darle con la piedra.

—Por qué.

—Porque era capaz de hacerlo.

—Entiendo. Has matado a un ser vivo porque eras capaz de hacerlo.

El niño no podía agachar más la cabeza.

—Cormac, mírame. ¿Qué has aprendido?

—No lo sé —ella se llevó las manos a las caderas y aguardó su respuesta—. ¿Que poder hacer algo no es que deba hacerlo?

—¿Me lo preguntas?

—He aprendido que poder hacer algo no es que deba hacerlo.

Ella asintió.

—De acuerdo. Has matado a un animal, no podemos dejar que su muerte sea inútil. Recógela, hoy comemos guiso de paloma.

—Sí, mamá.

El doctor rebasó el banco y vio que el libro junto a la silla era El origen de las especies, una obra polémica por su enfrentamiento directo con el Génesis. Curioso, pensó, y siguió su camino.

A partir de entonces él cogía esta ruta esperando cruzarse con ella para mirar el título de la nueva obra que estaba leyendo. Siempre le sorprendía por su elección, y más cuando la mayoría de lecturas estaban escritas en el idioma original de su autor.

Era hermosa y delicada, una belleza romántica que muchas buscaban con maquillaje pero que resultaba natural en aquella dama. Sin duda una mujer inquieta e instruida, una cualidad que él respetaba.

Gracias por comentar.



6 Responses to “25. La dama del parque.”

  1. Harkonen 26 de mayo de 2020 at 20:22 Permalink

    Alias «Elizbeth» La muerte Errante…………. la dama de Negro…….. o pudiera ser la supuesta llorona….. Ahí lo dejo……….

    PosData: Se le podría apodar (La Plañidera)…….. 🙂

    • J. Paulorena 26 de mayo de 2020 at 20:57 Permalink

      Ja ja ja. Ya irán saliendo sus nombres.

  2. Santi sardon 26 de mayo de 2020 at 21:36 Permalink

    Este es tranquilito, pero sigue siendo inquietante

  3. J. Paulorena 26 de mayo de 2020 at 21:42 Permalink

    El cohete ha llegado, ahora toca la exploración

  4. Nimthor 30 de mayo de 2020 at 20:38 Permalink

    Bonito y tierno a la vez. Veo que el irlandés sigue aunque sea un poco en su hijo

    • J. Paulorena 30 de mayo de 2020 at 22:29 Permalink

      Un poco, ya veremos cómo crece

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