J. Paulorena
En la calle enfangada, junto a unos toneles que recogían vómitos y agua de lluvia, había un grupo de niños observando la riña. Los mocosos, de pantalón corto y descalzos, tenían el pelo revuelto y la cara sucia. Alguno se hurgaba en la nariz, otros se daban codazos de atención cuando un puñetazo lograba arrancarle un diente a su víctima.
Cinco jóvenes irlandeses le estaban dando una paliza a un tipo.
La muchacha de negro se soltó de la mano de su madre y se plantó delante de ellos.
—Basta.
No alzó la voz, pero la gravedad de su tono hizo eco en la estrecha calle. Los niños se quedaron paralizados; el que se hurgaba la nariz dejó de hacerlo y el otro se paró a medio codazo. Incluso los matones detuvieron sus golpes. Su voz había sonado tan firme que se habían visto obligados a obedecer pero, tras unos segundos, reconocieron a la que vestía de cuervo.
Su líder se incorporó y sacó pecho. Era un veinteañero de fuerte complexión, la camiseta de algodón salpicada de sangre le quedaba prieta en unos músculos marcados. Pelirrojo y con la nariz chata por los puñetazos recibidos en su corta vida.
—No te atrevas a darnos órdenes, princesa. Agradece que no os pidamos peaje ni a ti ni a tu vieja.
—Haced lo que queráis —le respondió con frialdad—. Pero si sois tan estúpidos como para matarle, olvidaos de que os pague lo que os debe.
La muchacha volvió hasta su madre, que había contemplado la escena con cansancio, la tomó del brazo y se fueron hasta el portal de Tía Darsy.
El joven, que había seguido la marcha de la chica impresionado por su carácter desafiante, miró a sus hombres, que a falta de nuevas órdenes habían decidido volver a lo que mejor se les daba.
—¡Parad ya, joder! Si le matáis nos quedamos sin cobrar.
Se acercó y dio un par de sopapos detrás de la oreja a alguno de ellos para que obedecieran. Agarró de la pechera al pobre tipo, al que le habían roto el labio y varios dientes, las mejillas cortadas y los ojos hinchados. Por la forma en que respiraba, varias costillas fracturadas le estaban pinchando los pulmones y las patadas en los riñones le harían mear sangre por un mes. Sí, le habían dejado jodido. Casi se les va de las manos.
—Llevaos a este hijoputa a que le hagan un remiendo —acercó su cara a la de su víctima—. Y tú, sé que puedes oírme, cabrón. La cura va a salir de tu bolsillo. Tu deuda acaba de aumentar.
Dos de ellos cogieron al tipo y se lo llevaron arrastras. La gente que era apartada a empujones les dirigía algún que otro insulto, pero no hacían demasiado caso de los asuntos que no les concernían.
—¡Y vosotros, mocosos, largaos de aquí que os voy a moler a hostias!
—¡Que te jodan, cabrón! —le gritaron los niños y se marcharon corriendo entre carcajadas.
—Qué hijos de puta —se dijo con una sonrisa.
Pero su mirada se desviaba al portal donde vivía aquella inglesa finolis con su vieja. Dejó de sonreír. Había algo en aquella muchacha que le ponía los pelos de punta. No es que le asustara, él no se asustaba por nada ni por nadie. Sin embargo…
Gracias por comentar.
Estupenda ambientación y magnífica escena
Gracias, Santi.
A menudo sitio han ido a vivir.
Típica escena barriobajera de la época….. buena descripción…… del acontecido…. pero para lo anterior un poco flojeras……
Bueno, Harkonen, gracias por la opinión. Mantener la intensidad todo el rato puede provocar un ataque al corazón. Hay que dejar descansar al lector… Luego ya llegará el zasca.
Se siente el lugar,esta muy bien descrito.
Muchas gracias, Helena.
La ambientación es muy importante.
Buen capítulo. Buena ambientación y descripción.
Gracias, Nimthor
Muy buena descripción Paulorena… Por un momento me he creído estar metido en un episodio de la primera temporada de True Detective, he he he…
Gracias, Netan. Es un halago lograr que un lector se evada al mundo que has creado.