Anomalía temporal

por David Alcubierre

Trabajo para una empresa de internet. No diré cuál pero es uno de los motores de búsqueda más importantes del mundo en la actualidad. Mi trabajo consiste en optimizar ciertos procesos de búsqueda que están relacionados con las rutinas de recomendación de resultados. Es una tarea más sencilla de lo que parece ya que la mayor parte del trabajo lo hacen los algoritmos que se han programado previamente. Otra persona en mi lugar estaría orgullosa de trabajar en una empresa tan importante, pero para mí no deja de ser un trabajo más. Con acceso a una de las bases de datos más grandes del planeta sí, pero un trabajo más.

La mayor parte del tiempo me lo paso más bien aburrido. Me limito a supervisar. Las IA hacen el grueso de los cálculos y yo solo intervengo cuando pasa algo fuera de lo normal. Soy la parte humana de todo proceso automático que quiere automatizar relaciones entre usuarios e información.

Antes no era así. Antes era un verdadero caos. Las rutinas de programación eran mucho más sencillas, pero teníamos que parchearlas continuamente con variantes proporcionadas por los usuarios. En su día, no nos quedó más remedio que crear un sistema que valorara esa información de forma automática y, en último término, detectara los patrones en la información que indicaran futuras necesidades del sistema. El resultado es un sistema bastante estable que solo requiere de nuestra presencia (somos solo cuatro en el equipo) para enseñarle nuevas respuestas a nuevos patrones de comportamiento.

Pero vayamos al grano. Solo quería darles un marco básico para que puedan comprender la gravedad de la situación.

Yo mismo estaba de guardia cuando saltó la alerta. Como ya he comentado antes, el sistema es estable y robusto y una alerta era algo que rompía la rutina de forma considerable. Algo que en el fondo yo agradecía ya que me permitía poder salir de mi aburrimiento habitual. Ojo, no es que yo me sienta desaprovechado en la empresa, me conformo con cobrar la nómina a final de mes.

Pero vayamos al grano.

Lo que el sistema había detectado era un cambio en el patrón, un comportamiento extraño en algunos usuarios del buscador. Descartada la posibilidad de que se tratase de un comportamiento provocado por el azar, el sistema decidió que necesitaba nuevas indicaciones para alimentar su programación. Quería que nosotros los humanos le explicáramos ese comportamiento anormal.

El caso es que la anomalía no se había producido en ese momento sino en el pasado. Me explico.

La IA almacena todas y cada una de las búsquedas que se realizan. La gran mayoría de las búsquedas tienen sentido en uno u otro idioma, pero algunas veces, muy pocas, los usuarios realizan búsquedas de palabras que no existen en ningún vocabulario, o, mejor dicho, no existían en ningún vocabulario existente previo. En ocasiones este comportamiento se repite en algunos usuarios con palabras diferentes, como si utilizaran un vocabulario propio.

La alerta saltó después de que la máquina detectara un número relevante de casos que no podía descartar como errores del sistema. La inteligencia nos estaba diciendo que algunas de las palabras “inventadas” que tenía en su almacén estaban incurriendo en un patrón de comportamiento extraño. Estaban siendo utilizadas de forma habitual mucho después de su primera aparición. Lo que escapaba del entendimiento del sistema era ese lapso (de años o incluso décadas).

Me puse a investigar.

Lo primero fue examinar el listado de todas esas palabras inventadas a pasado y usadas a futuro. El listado era enorme. La máquina había estado almacenando durante más de 30 años estas palabras que ahora mostraban ante mí un claro patrón.

Todas las palabras tenían relación con algún tipo de tecnología. La última palabra de la lista, la gota que desbordó el vaso, era la palabra “yottabyte”. Una nueva unidad de medida usada para determinar la capacidad de almacenamiento de la información en dispositivos informáticos. Era una palabra relativamente nueva, que ya había sido usada en el buscador por primera vez en 1995, y vuelto a usar en 2001, 2003 y 2005.

Lo mismo sucedía con otros cientos de palabras.

De los usuarios que usaban esas palabras se conocía más bien poco. Todos eran usuarios no autentificados. Por la IP y la cookie que dejaban en el navegador podía saber que eran sesiones más bien aisladas. Como si fueran usuarios no habituales de internet. Algunas de las IP correspondían a lugares de uso de internet temporal tales como locutorios o bibliotecas.

En mi cabeza se formó una teoría alucinante. Una locura. Algo que escapaba del entendimiento de la máquina y que también escapa de mi entendimiento.

¿Qué sucedería si en un futuro se inventara una tecnología que permitiese el viaje en el tiempo? Puede que esos viajeros vinieran a nuestro tiempo para recopilar datos, o quien sabe si con alguna misión algo más ambiciosa como por ejemplo mejorar su futuro mejorando nuestro presente. Y puede, solo puede, que en esas investigaciones tuvieran que buscar información. Podría ser lo más normal del mundo que estos usuarios utilizaran palabras de su vocabulario. Unas veces por error, otras para comprobar si ya se habían inventado. En esos casos el sistema las almacenaría y las incorporaría a la lista de palabras inventadas. Y en algún punto, la inteligencia artificial hizo saltar las alertas.

Si fuera esa la razón sería un verdadero descubrimiento. El sistema estaría a partir de ahora atento a las conexiones de esos usuarios y el departamento cambiaría radicalmente. Más trabajo para todos.

Por otro lado también podía no ser como yo imaginaba. Nadie más podría creer algo así. Además, ¿qué bien haría al futuro de la humanidad que yo comenzara una caza de brujas contra unos viajeros del tiempo que, seguramente, tenían la mejor voluntad del mundo?

El trabajo diario en la empresa es aburrido, pero tampoco conviene exagerar.

Le diré a la IA que es algo que hacemos los humanos cuando nos aburrimos. Nos inventamos palabras y las buscamos en internet.