5. Poseída por el Diablo.

J. Paulorena

El grito de dolor del hombre resonó en toda la casa. Mery entró directamente y encontró a Herbert desmayado en el suelo. El ambiente estaba muy cargado, olía a azufre y a otros compuestos. La mujer sabía que alguien más había estado en la biblioteca, era algo intuitivo más que razonado.

Llevó a su marido al dormitorio. Ya no quedaba nadie del personal de la casa, se habían marchado uno tras otro, hasta que sólo quedó el ama de llaves portuguesa, quien llevaba muchos años con ellos. Pero era cristiana practicante y se había acabado rindiendo ante los sonidos que habitaban la casa, los extraños olores, el carácter enfermizo del hombre y, sobre todo, lo inquietante que resultaba ver a una niña que describía con detalle acontecimientos ocurridos antes de que ella naciera y decía que se lo había contado la gente muerta.

—Está poseída por el Diablo —fue lo último que dijo el ama de llaves al despedirse.

Al alba se escuchó un disparo.

Elisabeth salió en camisón corriendo por la puerta trasera de la casa. En la campiña distinguió a su madre levantando un mosquete y abriendo fuego contra un espantapájaros. El retroceso del arma casi arroja a la mujer al suelo, pero aguantó y se puso a recargar el arma.

—¿Qué haces, mamá?

—Aprendo a disparar.

—Vale. ¿Puedo mirar?

Mery sonrió a su hija, que se estaba convirtiendo en una pequeña dama.

—Por supuesto.

Gracias por comentar.