VIRTUALITY

Por Pedro de Andrés

cibersexo

El inconfundible tono de llamada de Darkness lo sacó del sopor.

—¿No estabas en la fiesta de Lukk? —dijo con voz de dormido.

—Me aburrí de ver bailar a los avatares mientras leía el chat sobre sus cabezas. Necesitaba un poco de… cariño.

Rick se incorporó en el sofá. Siempre le apetecía estar con Darkness. Encendió la cámara. La vio en la pantalla, en ropa interior y con todos los sensores conectados. Los nuevos dispositivos, decían, elevaban el ciber-sexo a la categoría de experiencia única. ¿Única? No quedaba nadie en el planeta que pudiera recordar cómo era hacer el amor a la antigua usanza. Sin embargo, cuando se lo comentó a ella, sólo recibió la habitual mueca de rechazo.

—No empieces de nuevo con tus paranoias. ¿Quién quiere ese tipo de sexo cuando se puede hacer desde casa? Solo de pensar en el contacto físico…

A Rick le subía por el vientre un cosquilleo que nada tenía que ver con sus ya rutinarias sesiones con Darkness.

—Mira, cielo. Si te vas a poner así… —No completó la frase. La ventana del chat se cerró sin despedida, dejando a Rick con una sensación de derrota.

Contacto físico. Los antiguos lo practicaban, debían ser como animales.  ¿Por qué a él lo atormentaba una desviación tan poco adecuada? Si Darkness corría a voz, estaba perdido, condenado al ostracismo social y al onanismo más servil.

Su instinto le decía que tenía razón, que no era una anormalidad de su psique. Debería hacer algo, pero… ¿qué? Recordaba bien la cara de asco de Darkness con solo mencionarlo. ¿La había perdido para siempre?

Se desconectó por completo —no recordaba la última vez que hiciera tal cosa— y se vistió para salir. En rara ocasión había recorrido los pasillos del edificio, pero nunca había llegado al portal. La gente “normal” no hacía esas cosas. Sólo los siervos mecánicos circulaban por el exterior de los apartamentos o por la calle en el desempeño de sus labores. Una leve nausea lo sacudió ante las puertas del rascacielos, pero lo soportó como pudo y salió afuera. Un frio intenso le hizo temblar. Sus ropas eran ligeras, apropiadas para la comodidad doméstica, no para la intemperie. Las calles, a pesar de lo tardío de la noche, eran un hervidero de vehículos tripulados a distancia, con las luces adecuadas al grado de oscuridad. Necesitó un buen rato para dejar de parpadear y que sus ojos percibieran con claridad lo que le rodeaba. Ahora que estaba al descubierto, se sentía un intruso en su propio mundo.

No tenía ni idea de cómo encontrar a Darkness. Por lo que ella le había contado, vivía no lejos de él. A pesar del riesgo que implicaba por la Ley de Prohibición de Proximidad de 2056, accedió a la base de datos y trazó una ruta.

La caminata lo dejó fatigado, sus piernas no estaban acostumbradas al esfuerzo. Una vez ante el edificio señalado, esperó a que unos mecanosiervos abrieran el acceso. Llevaban pizzas y telecomidas variadas y le ignoraron como si fuera parte del mobiliario.

La puerta del apartamento se abrió dejando paso a la verdadera Darkness, que se quedo colgada a mitad de la frase:

—No he pedido nada de…

Rick tenía la certeza de que si no actuaba en ese preciso instante, no lo haría nunca. Apartó con cuidado a la chica y se introdujo en la estancia. La puerta se cerró tras ellos, aunque ella seguía allí plantada, incapaz de hablar.

—Mira, ya estoy aquí. No es tan terrible si lo piensas, ¿verdad?

—Lo… ¿lo decías en serio?

Rick asintió en silencio y se acercó un poco más. Se despojó de las gafas y las dejó sobre el dispensador de pedidos alimenticios. Después, con lentitud, se las quitó a ella. Se quedó embobado mirando sus ojos. Eran de verdad hermosos, no como esas alambicadas falacias que los usuarios solían vestir en sus avatares.

De pronto, había quedado atrás todo el deseo contenido, las ganas de desnudarla y deslizar sus manos por esa piel que tantas veces había contemplado y nunca acariciado. En esas pupilas del color de la miel estaba el comienzo de una nueva vida. Sin bytes.