LOS NOMBRES MUERTOS

Por muchos años que pasen, la sola mención de esta obra me evoca recuerdos en sepia. Mi cerebro de lagarto avisa de un peligro inminente y la memoria ancestral grabada en los genes grita peligro, pero soy estúpido y abro el libro.

Las obras completas de Lovecraft descansan en la estantería, juntas forman el verdadero Al Azif, más conocido entre los coleccionistas de lo oculto como el Necronomicón, el libro de los nombres muertos. Por lo tanto, esta obra  de Jesús Cañadas que ha caído en mis manos es bastarda, un sueño que revive las pesadillas de los Primigenios.

Enciendo la lámpara de Alhazred y vago por la distancia del tiempo y del espacio bajo el influjo de la droga plutónica. Y leo, y me adentro sin pretenderlo en el origen donde todo comenzó: 26 de agosto de 1931, Providence, Nueva Inglaterra

En el vagar de las páginas descubro a Lovecraft encarnado, un hombre seguro de sus inseguridades, de vivir en una época a la que no pertenece. A su lado, el escritor Frank Belknap Long aquejado de asma y miedo, y Robert E. Howard maldito por sus ansias de vivir, son compañeros infatigables de Lovecraft y le acompañaran del Nuevo Mundo a la vieja Inglaterra, a un Berlín en el que se fragua el nacionalsocialismo y por fin a Damasco, en busca de la Ciudad Sin Nombre donde Abdul Alhazred escribió el Al Azif. Porque de esto trata la obra, de la búsqueda de un Necronomicon que no existe pero sí es real, una obra que no ha sido escrita pero que es una biblia para aquellos que habitan en las sombras.

Son muchos los que se mueven en la oscuridad, como Alexteir Crowley o Fernando Pessoa, personajes históricos que tienen sus propios fines, su búsqueda particular. Nunca sé que pretenden y qué intenciones tienen, pero tengo claro qué es lo que buscan: el Necronomicon.

La atmosfera de esta obra me envuelve, despierta las sombras de la mente e invoca pesadillas que no son reales, pero que están ahí arañando el alma. En cementerios, en bibliotecas y acantilados, allí donde el olor a pescado podrido es más fuerte, donde el olor a opio traza monstruos en el aire, en las sociedades secretas y en cultos sin nombre. Pero sobre todo en la imaginación, donde los muertos escriben su nombre.

Para todos aquellos que nos hemos enfrentado a La Llamada, es un libro imprescindible.

¡Ïa! ¡Ïa! ¡Cthulhu fhtagn!

Por J. Paulorena