EL UNIVERSO DE «PACIENTE 101»

J. Paulorena

PARTE 2

básico

Llegados a este punto y teniendo claro que el mensaje es un ejercicio de empatía, nos encontramos con una cuestión fundamental: la propia concepción de la obra como una distopía.

La elaboración del trasfondo ha sido la parte más compleja de Paciente 101 y la que más horas de estudio me ha llevado. Cimentar una sociedad con las características presentadas, y que fuera creíble, me obligaba a evaluar las diferentes causas y efectos.

Quiero decir que la base de esta hipotética sociedad se debe a un factor histórico preciso (“DSK3”), un radical cuello de botella evolutivo acaecido varios siglos atrás y que se tradujo en una necesidad absoluta de elevar la demografía humana.

La Ley de Demografía humana es el principio fundamental de esta sociedad, y dice así: «El producto básico de la Humanidad es el ser humano. El fin último del ser humano es la Humanidad». Lo deja muy claro, lo importante es la especie y no el individuo, y esta sociedad lo acepta y lo entiende como necesario, porque la otra opción es la extinción.

Pero, en el momento en que se relata “Paciente 101”, la situación se ha revertido. El ser humano ha logrado sobrevivir en un Cosmos que considera hostil pero el Gobierno de la Humanidad sigue manteniendo la inercia de siglos de control sobre la especie. Y en principio no hay que dudar del Gobierno, pero siempre se debe cuestionar a las personas que gobiernan.

Así que existe una causa histórica para la necesidad de demografía y esto, unido al ansia por que la humanidad conquiste todo el Cosmos como mecanismo de supervivencia, provoca un efecto que es que la gente vende a sus hijos al Gobierno como si fueran mercancía.

Pero para conseguir que alguien no tenga dudas para hacerlo, habría que convencerle de que los recién nacidos no son personas sino materia prima. Antes de todo esto tuve que hacerme algunas preguntas: ¿Qué tipo de persona sería capaz de vender a su hijo y por qué? ¿Cómo se llegaría a convertir a toda la población en ese tipo de personas? Mi respuesta es el Síndrome de Abraham: el sacrificio del hijo por el bien de la especie enmascara un modelo de conducta de represión emocional.

Desde mi punto de vista, este Gobierno no es tan omnipotente como se nos presenta. Es más, tiene miedo de que el peligro no haya pasado, teme por el futuro de la Humanidad y su posible extinción.

¿Utopía o distopía? Es cierto que este es un Gobierno totalitario y, salvo excepciones, los gobernantes son íntegros y no aspiran al poder sino a la protección de la Humanidad. También es cierto que este Gobierno tiene pleno conocimiento del grado de represión emocional que mantiene, y que intenta justificarlo con una sociedad inmaculada.

Tenemos de ejemplo al comisario Renfield, un personaje que representa los valores del Gobierno. No es malvado y reconoce que la empatía es útil en su trabajo. A su manera intenta encauzar al doctor Malcolm para que no cometa los errores que luego comete. Renfield es un personaje de fuertes convicciones y fiel hasta la muerte: «Mi vida por la Humanidad».

He querido presentar una sociedad matizada en grises contrastes, equilibrada entre la idealización y la perversión, donde los individuos llevan vidas de hedonismo y confort, pero tiene su coste o contrapartida en el aspecto emocional y, quizás, en esa nebulosa zona que nos define como humanos.

¿Utopía, distopía? No lo sé. Creo que cada lector debe hacer ese camino y obtener su propia respuesta.

Y para terminar, me gustaría destacar que en este juego de delicados equilibrios se encuentra la niña, la Paciente 101. Es curioso, es el eje central del libro y ninguno hablamos de ella…